Si en el transcurso de la vida de un hombre o de una mujer, se les permite acoplarse a otra persona en posesión de una lujuria inteligente y que esté en sus cabales, no cometa la estupidez de dejarla marchar. Quedan muy pocas. El amor de verdad, el que aguanta torpezas, es el amor físico; acoplado a un conocimiento e inteligencia elemental llega a alcanzarse «la gloria en cinemascope» (J.M. Serrat). La desavenencia irrumpe, de cualquier forma, cuando hay carencia del requisito anterior.
Insisto en lo del amor físico (entiéndase, compartido). Es el modo de impedir que penetre el aburrimiento y la displicencia; desempeña otra función sanadora, que al parecer ha creado tendencia: evitar el poliamor. Asimilo que se pueda ser un picaflor, incluso un promiscuo amateur. Pero, ¡coño! cuando empieces una nueva relación deja a la anterior pareja de un modo impecable. Quítense de la cabeza, benditos lectores, esos amores platónicos tan empalagosos, la soberbia de los primeros amores, los secretos que esconden esos prematuros besos, incluso, esos fugaces amores eternos de folletín televisivo, junto con ese amor libre que ni es amor ni es nada.
Lo poco que he leído de sociología doméstica viene a asegurar, al contrario que los programas y agencias de citas, que aquellas parejas con las mismas inquietudes y similares temperamentos no suelen dar buenos resultados en su unión. Voy a citar, de mala memoria, al imprescindible señor Gala, don Antonio: «En las parejas, uno de los componentes debe de ser el amante, el que empuja, el insistente, el que posee la iniciativa. El otro, debe cumplir la función de ser amado, de dejarse amar siempre y en todo momento. Pudiera parecer que una de estas dos formas de amar estuviera en cierta desventaja, pero no es así». Asevera el señor Gala.
Las personas que deciden casarse o vivir juntos, y que son jóvenes, no saben dónde se meten. Su bisoñez y su inquieta naturaleza les exonera de gran parte de ese error. La prueba empírica que lo demuestra la tenemos alrededor, dentro de nuestro entorno: demasiadas, de las dos últimas generaciones se han matrimoniado o compartido vida antes de la madurez; y las cifras de encuestas anuncian un cincuenta por ciento de divorcios. Casi convirtiéndose el matrimonio en un trámite para el divorcio. Es más, sostengo que hasta que uno no está maduro, no se debe tomar ni esta ni ninguna decisión trascendental.
En los últimos tiempos, los hombres y las mujeres se han unido para vivir juntos, no por la aparente belleza física; más bien, para darse a entender ellos mismos de que no están en posesión de ningún complejo erótico, físico, etc. También para tratar de evadirse de una probable soledad no deseada; a lo mejor, impacientes por tener descendencia. Escribiré algo que siempre me viene a la cabeza cuando vengo a redundar entre las relaciones afectivas entre hombre/mujer. Lo firma el imprescindible señor Boadella, don Albert: «Al hecho de coincidir por casualidad con la persona que se acopla con delicia a ti, algunos hablan de «química». Mejor «providencia» o para ser más terrenal, «olor». Esto último es una guía irrefutable entre los mamíferos. «Qué ocurre cuando se pueden gustar un hombre y una mujer y carecen del sentimiento de afectividad, pues que hace años se traducía en prostitución o adulterio; a día de hoy, se contempla como: follamigo, ruptura o divorcio, adulterio furtivo.
El mismo libro de sociología que leí, sugería como necesidad básica para perdurar como pareja, que cada parte de dicha pareja debe carecer por completo de narcisismo; se consigue, que al no quererse uno mismo, en demasía, todo el cariño lo reciba el otro. Otro dato significativo que apuntaba el sociólogo, es la conveniencia de que las personas tímidas o vergonzosas, mohínas y con un sesgo antisocial marcado, no deben casarse.
La separación de bienes ante notario que impone uno o ambos contrayentes, hace desaparecer: la confianza, ternura, afecto, cariño y el resto de especias que aderezan la unión, para transformarse esa deliciosa relación amorosa en una sociedad anónima, sin el mínimo final feliz deseado. Comprobado…
Los hombres están dispuestos (yo qué sé por qué) a aguantar a una mujer vanidosa, avasalladora o con mucho temperamento. Ahora bien, por el contrario, las damas se resisten a tolerar en los señores esos mismos defectos. Otra aseveración compartida que sostengo: los hombres no se casan; los casan las mujeres. La mujer que, por fortuna, encuentre a un hombre que sugiera la intención de casarse, que sea curioso en todos los sentidos y con una tasa de inteligencia normal y corriente; investíguelo, cerciórese, pruébelo y si es así, cómprelo. Lo que creo cierto, es que te puedes manejar con muchas mujeres estupendamente; pero de ahí, a lograr entender al género femenino, supone una tarea muy laboriosa. Lo escribo, desde mi reducido sesgo machista, irremediablemente acoplado a mis numerosos almanaques.
Lo siento, no lo puedo remediar, tengo que lanzarles un consejo a las: parejas, novios, compañeros y follamigos. No maltraten la bonita y dulce relación de amistad y cariño que han logrado. El mejor modelo de compañía en la pareja, en estas fechas, debe situarse en el hecho de tener residencias separadas, lo que vengo a llamar «pareja a media distancia». No marquen calendarios de sexo, a petición: sí o no, consentido o denegado por cualquiera de los dos, jamás sin posteriores enfados.
Paro de teclear. Le paso el turno a Pablo Neruda que viene a decir: «La mujer tiene «noches de capitán», que miente con la verdad por delante, como todos los buenos poetas».
Una muy linda y realista canción de Serrat pone el fin al escrito de hoy. En el año 1984 y del disco «Fa vint anys que tinc vint anys» (Hace veinte años que tengo veinte años) la canción:» Aixó que diuen estar enamorat» (Eso que llaman estar enamorado). Es una oda al enamoramiento contemplado desde la madurez.
Eso de estar enamorado le toca a quien le toca,
el más prudente puede quedar atrapado de cuatro patas.
Más de un científico lo ha catalogado como una enfermedad
que cura en contacto con la realidad de cada día.
Los árboles tapan el bosque,
pero es tan bonito que parece mentira.
Siempre es la primera vez y siempre deja herida.
Quien lo sufre da por sentado
que como aquella morena no hay otra igual,
sin haberlas probado una por una,
afirmarán, con ojos de cordero,
que como aquella rubia no hay otra igual,
sin haber salido de Zaragoza.
Se van perdiendo las proporciones.
Sólo hay un tema de conversación.
Se confunden las ilusiones con el culo, y viceversa.
Eso que convierte al feroz en calzonazos
y al viejo en criatura, tiene síntomas muy parecidos
al ataque de locura.
Se atiborra la cabeza,
se reblandece el corazón,
del infierno al nirvana.
Pero tiene una cosa quizá, a su favor: no se contagia.
Para que pueda prosperar
no es suficiente con una pareja.
Enamorado tiene que estarlo, ella de él y él de ella.
Lo perseguimos y nos persigue, porque…
de vez en cuando funciona.
Es un instante, pero ese instante, solo este rato,
es una traca que revienta el pecho.
Es llenar la eternidad.
Es hablar con Dios.
Atrapar el infinito.
Eso que llaman estar enamorado.
