Ayer ocurrió exactamente todo el guión previsto: la escenificación de un referéndum que no existió, y la venta de fotos con enfrentamientos para la prensa internacional.
Puigdemont consiguió, como era previsible, parte de lo que buscaba: repercusión mediática. Rajoy cayó en una trampa que era muy difícil de esquivar. Sin embargo, esas portadas pronto pasarán al olvido y, por lo tanto, es necesario rizar el rizo para mantener el interés periodístico del mundo. Y sólo le queda una bala, la última, pero la más arriesgada para todos: mañana o pasado, Puigdemont proclamará la independencia de Cataluña.
Ante esto, el Estado aplicará el artículo 155 de la Constitución. No se sabe si se aplicará antes o después, pero es algo que, a estas alturas, ya es irremediable. Viendo cómo actúa Rajoy, posiblemente lo aplique después, por lo que, seguramente, aún será más problemático que si se aplicase directamente tras el anuncio de las intenciones secesionistas. En cualquier caso, aplicar el artículo 155 quiere decir suspender la autonomía catalana y que el Estado asuma, en la práctica, su gestión directa.
Tal y como están las cosas, eso va a suponer violencia en las calles y violencia en todos los niveles que sea posible, puesto que es la garantía para mantener Cataluña en las portadas de los periódicos. Lo de ayer no fue sino un «calentamiento», porque todos sabían que el referéndum no iba a servir para nada y que el guión estaba escrito de antemano. Nadie en su sano juicio imaginó siquiera que su voto serviría para algo más que para tensar la cuerda entre el Estado y el secesionismo.
Puigdemont trata hoy de amortizar las imágenes que provocó ayer con su irresponsabilidad. Declaraciones a la prensa internacional y petición de «ayuda» a Europa… Está poniendo a España como país represor, y a los españoles casi como asesinos. Continúa el circo mediático para alimentar unos medios de comunicación ávidos de morbo. En realidad, muy pocos en Europa conocen la realidad española, pero lo importante, como saben los secesionistas, son las imágenes.
Pero si algo ha conseguido el independentismo es que en el resto de españoles aflore con fuerza el sentimiento de unidad. Hasta ahora, muchos españoles apenas se habían preocupado por Cataluña, pero los últimos acontecimientos han centrado la atención de la mayoría. Y es muy evidente que la pretendida separación de Cataluña, que ahora se ve mucho más real que hace unos meses, está provocando reacciones en el resto de nuestro país.
El nacionalismo tiene siempre un componente básico y común: la xenofobia. El odio que se ha inculcado a los catalanes durante décadas hacia España, bien a través de las escuelas, bien a través de los medios de comunicación comprados por la Generalidad (que son, prácticamente, todos), ha hecho bien su trabajo. Entre los independentistas no existe un sentimiento catalán, sino un sentimiento contra España. Es lo triste de este asunto, y lo que me hace calificar siempre de criminales a los sucesivos gobiernos catalanes que lo han fomentado, porque han roto la convivencia, empezando por la de los propios catalanes.
A todo esto, como es normal entre nuestros políticos actuales, no existe un frente claro contra el independentismo. PP, PSOE y Ciudadanos se mantienen firmes en sus posiciones por la unidad de nuestro país, si bien alguno con tantos matices, que en algunos momentos parece querer hacer el juego a Puigdemont. A la ciudadanía, en general, de derechas o de izquierdas, le gustaría mucha más contundencia a la hora de posicionarse ante este desafío. Aún así, tranquiliza un tanto saber que estos tres partidos tienen las ideas más o menos claras en este sentido, y que el Estado de Derecho, y la Democracia, siguen vigentes.
Es normal que algunos quieran usar el nacionalismo para destruir nuestro país, y siempre apoyarán todo aquello que vaya en ese sentido. Pero quienes no pensamos así, quienes nos sentimos orgullosos de España y de sus gentes, también tendremos que defenderla. Porque la secesión de Cataluña supondría la independencia automática del País Vasco y, en poco tiempo, con seguridad, Galicia. Es decir, nuestro país se convertiría en una suerte de pequeñas naciones, fuera de Europa y enfrentadas entre sí, que supondrían en la práctica un auténtico desastre para todos.
Mientras, Cataluña ha pasado de ser una referencia cultural y de vanguardias, una tierra acogedora, a una tierra donde todo está contaminado por la política extremista. Un lugar donde tienes que llevar mucho cuidado con lo que dices, y donde miles de familias conviven como pueden con el extremismo entre sus miembros. El independentismo se ha convertido en tema tabú entre los propios catalanes, puesto que como mínimo la mitad de ellos no comulga con el radicalismo. ¿Cómo solucionar esta ruptura social de tan hondo calado?
El 6 de octubre de 1934, el presidente de la Generalidad, Lluís Companys, proclamó la independencia de Cataluña. El día anterior, como hoy hace la CUP, se convocó una huelga general. Los Mozos de Escuadra se pusieron a las órdenes de la Generalidad, y se declaró el Estado de Guerra. Tras unas horas de resistencia con un centenear de Mozos de Escuadra, el gobierno catalán se rindió. Cumplieron 30 años de cárcel, pero lo peor fue que 46 personas perdieron la vida en esas horas.
Esperemos que la cordura y el sentido común se hagan presentes en nuestro país cuanto antes. No lo espero de Puigdemont y su gobierno, y mucho menos de los radicales, pero al menos espero que nuestros representantes políticos estén a la altura de unas circunstancias que se tornan más negras a cada momento.