Conocí una vez a una amiga que tenía lo que, a mi juicio, era una peculiar manía. Todos los años, por Navidad, llevaba a cabo un ritual sorprendente.
A primeros de diciembre, sacaba una lista con más de cien nombres, con sus correspondientes direcciones. Era la lista de todas las personas que le importaban.
Después, empezaba a comprar cartulinas, rotuladores, purpurinas, a encargar fotos de su hija, a comprar sellos…, y, con todo ello, confeccionaba una tarjeta de Navidad, a mano, trabajada una a una. Cada año, distinta, pero siempre hechas con esmero y con el mensaje de su puño y letra.
Yo, que soy muy listo, me dedicaba a aconsejarla, porque, a veces, este ritual le producía cierto estrés, normalmente cuando se le echaba el tiempo encima. Incluso se agobiaba. Traté de convencerla de que, hoy en día, ya no se lleva hacer una felicitación a mano, y menos aún invertir tanto tiempo en algo que, seguramente, irá a la basura ipso facto. ¡Eso se hacía antes!
Hay muchas opciones, trataba yo de explicarle: un correo electrónico con figuritas que danzan, muy graciosas; un Whatsapp con una postal; un simple mensaje masivo enviado a todos los contactos… ¿Por qué gastar tiempo y dinero, pudiendo hacerlo gratis y rápido?
Nunca me hizo el menor caso.
Con los años, me di cuenta de mi error. Hay muchas personas que tienen todas sus felicitaciones, y no otras, en sus vitrinas. Y la foto de su niña, desde que nació, felicitando con ella a todas esas personas importantes en su vida. Sus palabras, escritas a mano, les dicen, como mínimo, que les ha dedicado unos minutos a acordarse de ellos. De acordarse de verdad. De corazón. Y eso, se aprecia sólo cuando lo recibes.
Las personas ganamos y perdemos cosas con el paso de la vida. Una que vamos perdiendo es el dedicar algo de nuestro tiempo a hacer algo por los demás, aunque sea algo sencillo. Cada vez es más difícil hacer algo a cambio de nada. Por eso, le agradezco profundamente que nunca me hiciese caso, que no se dejase convencer por lo cómodo, y que, sin proponérselo, me diese una bonita lección.
Y así sigue. Haciendo las de este año, preparando sobres con un poco, o un mucho, de cariño, y acordándose de los que están lejos. Esta Navidad les llegará, puntual, su felicitación.
Gracias, Yol…