El asunto sobre lo que escribo hoy trata del personal político que soportamos. Trataré de hacer de aprendiz-forense de este oficio parlamentario; ya que, a estas alturas de democracia, presupongo que no tengáis ninguna vacilación en considerar, que es un gremio de trabajadores.
Comenzaré la disección por el asunto más trascendental de este trabajo: la responsabilidad, ¡NO! benditos lectores, algo más palpable: el sueldo. Debido a que a estos señores tenemos la obligación de exigirles máxima honestidad en sus funciones parlamentarias, su retribución monetaria deberá de servir de gran ayuda para ratificar y mantener esa virtud. Como es lógico, que haya parte del personal de tropa ciudadana que no tenga a bien pagarles por su trabajo, debido a que éstos, continuamente se publicitan sobre la filantrópica vocación que despilfarran en el desempeño de su labor.
A la negativa de estos ciudadanos contrarios al pago, les abriré los ojos indicándoles qué, si no percibieran un sueldo, tan sólo se dedicarían a la cosa pública los ricos. Ejemplo empírico de esta aseveración lo constituye el Senado de los EEUU, donde casi la totalidad de los senadores son grandes millonarios confirmados. Así les va… Insistiré en otro ejemplo palmario a su favor: si no albergamos dudas de que el Estado es una gran empresa, el desempeño de la función política deja de ser una vocación para transformarse en un empleo.
Prosigo con la autopsia. El señor Pérez-Reverte, don Arturo, considera a la mayoría de los políticos que sufrimos, como unos infames, dicterio casi justificado a causa de la carencia de: tolerancia, disciplina, solidaridad con el más débil, falta de responsabilidad y unas mínimas convicciones democráticas. Comprobar la infamia de esta clase política que sufrimos, hace arriesgarme y apoyar la opinión que tiene el señor Gala, don Antonio, de los políticos: «No creo que todos los políticos sean iguales: los hay mucho peores».
Tercera intervención quirúrgica. Para poder continuar, informaré de una terrible, desafortunada y jodida moda que desarrolla la clase política con magistral destreza: la posverdad, que es ni más ni menos que considerar que mentir de manera constante y en todo, no tiene la menor importancia. El pueblo les debe exigir que digan la verdad, aunque sea terrible y duela; esa sinceridad abre una línea para que la gente vuelva a reconciliarse con la Política. Si no fuesen veraces en sus propuestas, informaciones y decisiones, provocan que se discutan; que se trate de negarlas; que se hablen de ellas; que bastantes las tomen como veraces y, lo más lamentable, que las hagan posibles.
En el transcurso de las campañas electorales, momento éste en que se desatan las pasiones de bisutería política, las mentiras les favorecen, les son útiles, no les pasan factura alguna al emitir nuestro voto. De causar rubor que te pillen públicamente la mentira, la provocan para que, más tarde, «maticen» sus propias palabras y lograr publicidad gratuita. Cuanto más polarizada se encuentra la vida política, aumenta la posverdad; en sus últimas consecuencias, los ciudadanos apoyan a estos candidatos a sabiendas de que les mienten con descaro. Citan, con malicia, que algo se incluya como de sentido común para alegar cualquier razonamiento que les otorgue la razón. ¡Cómo ha variado la intención de voto!
Retomo el párrafo anterior de las campañas electorales para sacar a la luz algo que cada día se hace más obvio: los programas electorales tan sólo favorecen a las imprentas; el personal sabe, de antemano, qué medidas tomarán los partidos políticos revisando su ideología.
No es fácil ser político. No es fácil ni envidiable. Hace falta mucha verdadera vocación y, si esa vocación se frustra, debe ser extraordinariamente triste. Entiendo que es muy lamentable y decepcionante para un político honesto y coherente sentirse frustrado al comprobar de manera cotidiana la estupidez de gran parte de aquellos a quien gobierna, no obstante, si dentro de él convive una intensa vocación política, sobrevivirá.
Daré por finalizado el escrito advirtiendo sobre los políticos carismáticos que proponen emancipar al pueblo. En primer lugar, tomarán posesión del sistema productivo; seguirán trayéndole al pairo la división de poderes; abusarán de la represión contrayendo la libertad y, de manera irremediable, instaurarán una dictadura blanda o dura según criterio propio.
Una última cosa importante que escribiré con palabras del imprescindible señor Anguita, don Julio: El político no tiene vida privada. Tiene vida íntima. Pero privada, ¡de qué!
Una noche, en una reunión de hombres y mujeres e incluso casi amigos, con Javier Krahe (1944-2015), en la que tuve la alegría de estar presente, se sacó el asunto de las relaciones sexuales (recurrente tema). El señor Krahe, don Javier, agarró la guitarra (que casi siempre tenía a mano) y nos cantó una cachonda canción con ese arte irónico-sarcástico que poseía. Pertenece al disco de 1981 «La mandrágora», junto con Joaquín Sabina y Alberto Pérez. La tituló «Un burdo rumor». No debo darles explicaciones de su implícito contenido porque él tampoco lo hace…
No sé tus escalas, por lo tanto, eres muy dueña
de ir por ahí diciendo que la tengo muy pequeña.
No está su tamaño, en honor a la verdad
fuera de la ley de la relatividad.
Y, aunque en rigor
no es mejor
por ser mayor o menor,
ciertamente es un burdo rumor.
Pero como veo que por ser tú tan cotilla
va de boca en boca y es la comidilla,
en vez de esconderla como haría el avestruz,
tomo mis medidas, hágase la luz.
Y, aunque en rigor
no es mejor
por ser mayor o menor,
una encuesta he hecho a mi alrededor.
Trece interesadas respondieron a esta encuesta,
de la cuales una no sabe/no contesta.
¿Y de en la otras doce? División como veréis:
se me puso en contra la mitad, es decir, seis.
Y, aunque en rigor
no es mejor
por ser mayor o menor,
otras seis francamente a favor.
Y si hubo reproches fueron, en resumen,
por su rendimiento, no por su volumen.
Y las alabanzas que también hubo un montón,
hay que atribuirlas a una cuarta dimensión.
Y, aunque en rigor
no es mejor
por ser mayor o menor,
a que a veces soy muy cumplidor.
Mi mujer incluso dijo “aunque prefiero,
como tú ya sabes, la del jardinero,
por si te interesa, pon que estáis a la par,
sólo que la suya es mucho menos familiar.
Y, aunque en rigor
no es mejor
por ser mayor o menor,
nunca olvida traerme una flor”.
Es mísero, sórdido, y aún diría tétrico,
someterlo todo al sistema métrico.
No estés con la regla más de lo que es natural,
te aseguro chica que eso puede ser fatal.
Y, aunque en rigor
no es peor
por ser mayor o menor,
yo, que tú, consultaba al doctor
López Ibor.