Artículo de Opinión | José Sánchez Amorós /
Esta campaña de vacunación ha sido la «purga benito», pues ha hecho el efecto antes de salir de botica.
Sin solución de continuidad, que es una expresión muy culta y paradójica, se ha pasado del rigor más rotundo que conocieron los tiempos, a una situación libertina descompasada, porque los gobernantes han encontrado la escapatoria para que no se les tire encima la masa humana.
Aunque más bien pienso que la masa se tirará a sí misma los unos sobre los otros, como los «ovejos», expresión escuchada en Albacete, intentando salir de la cerca.
Eso sí, una vez instalado el miedo, que es el arma más poderosa de poder, son muchos los que, adquirido el hábito de portar bozal, y no contando aún con el visto bueno de la gente política para sacárselo de las fauces, lo llevan colocado rigurosamente para autoalimentarse de sus propios efluvios buco-nasales. Esto será hasta que los señores Page y Puig, pongamos por caso, gobernantes ejemplares como todos, anuncien un día a «tambor batiente» que ya hay que quitárselo, y será el momento de tirarlo por el balcón.
Porque los bozales ya llenan el fondo del mar, para desgracia de los peces, pues son incontables los que caen al suelo incidentalmente o de manera voluntaria, que luego por asco, propio de manía obsesiva, allí yacen y, finalmente, van a parar al mar, como el agua del río Vinalopó. ¿Se debería haber dispuesto que se saliera obligatoriamente provisto de un pincho de metal o anzuelo para pescarlo inmediatamente que el bozal aterriza? El famoso profesor Franz de Copenhahe, sí aquel del TBO, hubiera inventado un artefacto nada aparatoso y de eficacia indudable, ¡hihihi! Pero como no se metía en política… ¡Ah, pobrecito sabio! ¡Una eminencia, que se dice!
Segunda parte, el reloj de la torre. Se anuló, o mejor, se descuidó después de trescientos años el funcionamiento de su maquinaria, obra maestra de artesanía relojera. Algunas piezas desaparecieron. Se sustituyó por un mecanismo moderno, comprado no sé donde, y en lugar de tocar las horas la campana del Sermón, como siempre había sido, y que tiene un sonido ancestral y en absoluto escandaloso, tomó el relevo la feroz y cántabra nueva campana Gorda, el sonido de la cual es brutal, propia de aquellas tribus norteñas históricas bárbaras, como aquí los deitanos o contestanos, o como se llamen. Estoy en la certeza de que los habitantes de la actual Cantabria, como de Asturias, de Galicia, etc. son mucho más civilizados y serenos que nosotros los mediterráneos, los más ruidosos del planeta, incluidos los zulúes.
Esto de que España sea siempre la segunda del mundo, se trate de lo que se trate, tanto para bien como para mal, es una idea fija de los medios informativos que no hay quien la trague, como el reiterativo mensaje de que Japón es el país más ruidoso del «bummdo»… y después España.
Eso es imposible. Las masas japonesas, adictas a Gaudí, en Barcelona, por ejemplo, no emiten ni un ligero grito. Son discretos, van ordenados, tiran el papelito a la papelera y no se les oye ni caminar. El problema está en que son tantos juntitos los que acuden a la Sagrada Familia, por ejemplo, que colapsan las calles colindantes porque forman barreras infranqueables, y el acceso a la Basílica, especialmente, está acaparado por ellos.
Bueno, vuelvo casi al principio. La situación actual del reloj de la torre es que ha cesado después de ir de mal en peor. En tiempos en que Caudete era mucho más civilizado, el reloj, de factura dieciochesca, el de la maquinaria valiosísima, tocaba las veinticuatro horas del día y era querido por los vecinos del barrio de La Villa en particular. Se comprende y justifica que las horas emitidas por el legón posterior (en Caudete, a una campana que suene execrablemente siempre se le había calificado de legón) haya sido anulado, bien porque para los vecinos cercanos a la iglesia sea insoportable, o bien porque la nueva maquinita de reloj ya esté averiada, o las dos cosas a la vez.
Aunque no se libra nadie del exceso de volteos de ese legón monstruoso, como esos toques de Vísperas a las ocho de la mañana, a campana Gorda «volá», cuando no hay ninguna celebración a esa hora y la iglesia, como de costumbre, permanece rigurosamente cerrada y acumulando abandono. Y todos los vecinos se atormentan gratuitamente… e irremediablemte.