Anoche, contemplando en el televisor un reportaje de cómo se hubo de luchar para conseguir la democracia en España tras la muerte del dictador Franco, me ha llegado nuevamente el recuerdo de unas compañeras de trabajo que se llamaban Concepción Valderas, Custodia Gómez y María del Carmen Manzano. Las cito con nombres y apellidos porque se merecen que nunca se extravíen en mi memoria. Tenían, en exceso, coraje, solidaridad, empeño, coherencia, lucidez, valor, ternura. En sus defectos (conocidos por mi) no perdían, por más quebrantos que se le vinieran encima, ninguno de los excesos que anteriormente he descrito.
Tenían estas chicas todos los veinte años que podían padecer las mujeres en aquellos años 70 del siglo pasado. Trabajadoras de clase de tropa, pero con mucha clase.
Nos contaban a los ciento y pico de compañeros de trabajo de aquella empresa cosas que nunca habíamos imaginado a las que pudiéramos tener derecho: elecciones sindicales libres, horas extraordinarias cotizables, recursos ante los tribunales de trabajo, poder exigir buenos modales a los encargados, reconocimientos médicos «reales» laborales, sindicatos horizontales, no verticales, higiene y seguridad en nuestros empleos. Asistíamos a reuniones, que entonces el gobierno las denominaba «subversivas», por las que estas mujeres podían ir a la cárcel durante mucho tiempo. Pero ellas, debido a los excesos que os he contado antes, seguían intentando hacernos entender las injusticias que nos estaban atropellando a casi todos. Sólo contaré una tropelía muy significativa que sucedía en aquella empresa: el enlace sindical o representante de los trabajadores que disfrutábamos era, a su vez, el jefe de personal. Hoy, casi increíble…
Supimos más tarde que aquellas damas pertenecían al sindicato Comisiones Obreras. No confundamos nunca el esperpento de sindicato que hoy tiene el mismo nombre, y que sus fundadores deberían de cobrar en la actualidad derechos de autor.
Hicimos paros parciales, casi huelgas, pedimos un poco menos de lo que nos correspondía, nos encerramos al cobijo de párrocos trabajadores. Tampoco confundamos los curas de antes con los de ahora (salvo las lógicas excepciones).
Al frente de todos nosotros, en primera línea real, cara a cara frente a la dirección de la empresa, siempre, siempre, siempre se encontraban estas amazonas. Ellas y todos nosotros obtuvimos mejoras laborales jamás soñadas.
Desde entonces, nunca me he permitido olvidarlas, he estado siempre agradecido a estas mujeres con las que aprendí a tener dignidad laboral, su recuerdo me hace llorar de felicidad.
EPÍLOGO: años más tarde, el alemán dueño de esta empresa desapareció (como sólo lo saben hacer ellos) de la noche a la mañana, dejando en la calle a todo el personal sin un duro de los de antes.
Hoy quiero poner un poema de Luis García Montero publicado en 1994, dentro del libro «Habitaciones separadas». Lo tituló «Aunque tú no lo sepas». Sirvió de inspiración a Quique González para escribir una canción y a la esposa de Luis, Almudena Grandes, para crear una narración.
Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo, pero existe,
así he vivido yo,
iluminando
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos…
Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.
También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes,
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.
Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.