Sí, un año más está anunciado para mañana sábado día 26, el acceso libre a la torre-campanario de la Iglesia de Santa Catalina, con el objetivo de dar a conocer los repiques de campanas propios.
Estos repiques se han perdido, puesto que los campaneros actuales los han unificado en uno solo.
No hay diferencia sean de Vísperas o de Misa Mayor, que eran los más representativos. La velocidad a que se realizan no tienen tampoco nada que ver con los tradicionales. El volteo de la Campana Gorda es atroz y excesivamente frecuente, desde que muy desgraciadamente se electrificó y con posterioridad se cambió por una nueva, que se debe escuchar hasta en nuestra vecina ciudad de Yecla por los decibelios que alcanza. Tampoco fue afinada en la nota musical que daba la anterior Gorda, sustituida por un agresivo legón férreo.
Llegado este día de acceso libre, se permite durante varias horas que los visitantes las toquen con un desorden que es durísimo de soportar. Una anarquía digna de unos bárbaros que se hacen dueños.
El exceso de hacer sonar las campanas y más de manera caótica, sin orden ni concierto, ha estado siempre considerado ruido y por tanto prohibido. En una sociedad se tiene que respetar siempre un mínimo de orden y una buena dosis de sensatez, de lo que personalmente no soy un buen ejemplo.
En la consueta o normas de cómo hacer sonar las campanas de la torre del Micalet de la Catedral de Valencia, sobrepasar un tiempo prudencial, diez minutos de volteo continuo, estaba penado con excomunión. No olvidemos que las campanas son instrumentos musicales consagrados para alabar a Dios, son la voz de Dios, y no se pueden utilizar cual juguetes con los que se hace lo que viene en gana.
Finalmente, voy a hacer referencia a lo que muchas órdenes religiosas consideran que es la oración más perfecta, así las contemplativas, que se rigen por el silencio, puesto que la oración silenciosa es la más perfecta de todas. Igualmente Dios ama el silencio y se manifiesta en él, Dios no está allí donde hay un ruido innecesario y agresivo.
José Sánchez Amorós