psoe

Socialistas, socialdemócratas, izquierdas, progresistas… ¡Qué mas da! – Segunda parte Artículo de Óscar de Caso

Óscar de Caso

Los votantes del PSOE quieren, incluso me atrevo a escribir, aman al PSOE desde hace mucho tiempo, es parte de sus vidas. Son ellos, los que tienen a su cargo hacer entender a sus líderes que el pasado hay que cerrarlo y tirar la llave al punto limpio; hay que mirar al futuro, no el de las próximas elecciones sino al del mañana, al de sus descendientes.

A pesar de que en cada Casa del Pueblo del PSOE exista una bandera republicana, éste se muestra, a veces, cada vez más, «deliciosamente» monárquico, no apercibiéndose del desprestigio y de la escasa transparencia que circula por los pasillos de la Zarzuela. El PSOE, como muchos partidos socialdemócratas de los distintos países donde gobiernan o han gobernado aplican cierto neoliberalismo de tapadillo, camuflan su corrupción, monárquicos de corazón no de convicción, rescatan bancos y miran de soslayo cuando las multinacionales provocan desmanes y arroyan los Derechos Humanos. Incluso, se disfrazan de la cara más humana del capitalismo imponiendo una férrea ortodoxia económica que ha contribuido ¡y de qué manera! a perder votos de modo sistemático entre su grey.

Las políticas redistributivas del PSOE tan sólo sirven como medidas paliativas (paños calientes) para tratar de remediar las agresivas políticas capitalistas; no tienen en cuenta que estas políticas de redistribución saquean al Estado. Menos tiritas y más políticas fiscales para quienes defraudan a la Hacienda pública o se enriquecen de modo ilícito.

El PSOE tiene que apostar por ser un partido de clase que le implica perder en las elecciones o, en cambio, pelear en las elecciones y perder su carácter de clase.

Las crisis y disoluciones de los distintos partidos de izquierda han tenido como causa común que éstos han querido formar coalición o bien se han arrimado al PSOE. El caso palmario es el de Unidas Podemos, esta coalición no hubiera nacido si los socialistas hubieran hecho un giro creíble hacia la izquierda; absorbieron a los podemitas, les dieron cuatro ministerios sin que éstos se percatasen de que estar en el Gobierno no es gobernar, operación made in Pedro Sánchez… La unidad de la nueva izquierda no tiene que estar condicionada a ir sólo con el PSOE. Hay que sumar a las mareas, los sindicatos, las asociaciones vecinales, las plataformas reivindicativas, etc.

Escribiré algo para los «progres»: quítense de encima la enfermedad de sus complejos, les sentará de puta madre comprobar la realidad tal cómo es ella, libre de esos complejos.

Escribiré algo para los dirigentes del PSOE: Dejen a un lado la notoriedad y practiquen de manera plena la credibilidad. A partir de este sustancial cambio, podrán obtener el Gobierno de la Nación sumando nada más y nada menos que los votos de los socialistas, no precisarán los votos de los infames demonios nacionalistas ni demás aprovechados que pasaban por allí.

Daré por finalizado el escrito de hoy, benditos lectores, con unas palabras que escribió Josep Borrell en el prólogo del libro «La tercera vía» escrito por Tony Blair: «La izquierda ha de unir hoy las tradiciones socialista y liberal, haciendo compatible la justicia social promovida por el Estado con la libertad individual en una economía de mercado». Estas perversas declaraciones vienen a ser: socialismo de bisutería…


Mi casi amigo, el señor Krahe, don Javier. Tan divertido, irónico y un poco canalla, como casi siempre, grabó en 1988 el disco «Elígeme» y dentro la canción que rescato hoy «La tormenta». En ella narra los inconvenientes que tienen los esposos con profesiones de riesgo…

 

Yo tuve un gran amor durante un chaparrón

y sentí aquella vez tan profunda pasión

que ahora el buen tiempo me da asco.

Cuando el cielo está azul no lo puedo ni ver,

que se nuble ya el sol, que se ponga a llover,

que caiga pronto otro chubasco.

Confirmando el refrán, una noche de abril

la tormenta estalló; mi vecina febril

asustada con tanto trueno

brincó en un santiamén del lecho en camisón

y se vino hacía mí pidiendo protección:

–Auxílieme usted, sea bueno–

–ábrame por piedad, estoy sola y no sé

si podré resistir, mi marido se fue,

pues, tiene entre otros muchos fallos

que en las noches así abandona el hogar

por la triste razón de que va a trabajar.

Es vendedor de pararrayos–

Bendiciendo al genial Franklin por su invención,

en mis brazos le di curso a su petición

y luego el amor hizo el resto.

Mira tú que instalar pararrayos por ahí

y olvidarte poner en tu casa ¡caray!

Cometiste un error funesto.

Varias horas después cuando al fin escampó

ella se hubo de ir pero antes me citó

para la próxima tormenta:

–Mi esposo va a llegar y si en casa no estoy

se me va a constipar, así que ya me voy

a secarle la cornamenta–

Desde entonces jamás he dejado el balcón,

no hago más que poner la máxima atención

en cirros, cúmulos y estratos,

la menor nube gris me colma de placer,

aunque, a decir verdad, sé que no han de volver

tan torrenciales arrebatos.

A base de vender palillos de metal,

su marido reunió un pingüe capital

y se hizo multimillonario.

A vivir la llevó a un imbécil país

donde si se oye llover será porque haga pis

algún niño del vecindario.

Ojalá mi canción llegue al Sahara aquél

a decirle que yo le seré siempre fiel,

que lo llevo dentro del alma

y aunque sople el simún con seca realidad,

un día nos reunirá una gran tempestad

tras la que no vendrá la calma.