Debo informar al lector de este artículo que no trate de buscar de inmediato el significado de la palabra “precariado” en el diccionario. No existe (al menos en el que yo conservo). Es una palabra que bautizó el economista británico que desarrolló su trabajo durante muchos años en la Organización Internacional del Trabajo, el señor Guy Standing, fusionando las palabras “precario” y “proletario”.
El “precariado” se ha convertido en el objetivo de deseo laboral universal del neoliberalismo y, por tanto, en la bomba de relojería que dinamitará la sociedad democrática de derecho. Tiene como rasgo central el quebrar el estatus del trabajador. Especifiquemos que estatus es el espacio de reconocimiento social vinculado al trabajador. Mientras un trabajador con ingresos bajos podía labrarse una carrera profesional (por limitada que fuera), al precario se le niega esa posibilidad. El precario carece de seguridad para encontrar empleo, para mantener dicho empleo, para terminar una carrera, no posee garantías ni seguridad en el puesto de trabajo y tampoco para cultivar sus habilidades e ir mejorándolas. Sus ingresos son tan menguados que pierde la seguridad para acceder a una vivienda, a sanidad, a una formación. El futuro de su jubilación es, por supuesto, terrorífico.
Curiosamente, en el mundo de la conexión y la información, está aislado y fragmentado. La solidaridad entre los precarios es débil pues no existe el lugar permanente de encuentro que constituía, la empresa, la fábrica o la oficina (aunque cuando aparece, como en la Puerta del Sol de Madrid el 15M, nacen nuevas solidaridades). La sensación del precario es de estar siendo constantemente maltratado. Esa desigualdad –otra clave de nuestra época- genera enfado ante cómo les va a unos y cómo les va a otros, aunque se hayan hecho los mismos deberes.
Permanecen como becarios permanentes que ven truncada cualquier posibilidad de ascenso por mucho que hagan lo imposible: aprender chino mandarín por las noches en Internet, hacer otro posgrado, llevarse más trabajo a casa, moldear el cuerpo para ser más agraciados estéticamente, incluir la sonrisa y la apariencia como un plus para la “empleabilidad”. Con un pie constantemente en la degradación, esa pasividad nacida de quien espera sin esperanza. Sometidos a la ansiedad de saberse siempre al borde del abismo (bastará un error o un golpe de mala suerte para caer al lado oscuro). Con la frustración permanente de saber que se tiene muy poco y que, además, es muy fácil perder lo poco que se tiene. Acabarán con profundas dificultades para desarrollar relaciones sentimentales y de confianza y, al tiempo, escucharán que tienen que ser positivos y sonreír.
Cuando el trabajador con un sueldo precario junto a un contrato temporal, en el desgraciado límite de su resignación, al finalizar su contrato no se siente fracasado en sus expectativas.
El precariado se ve apeado del mundo a merced de unas fuerzas -los mercados- contra los que no pueden hacer nada sino solo sumar rencor y resentimiento (siendo pacífico). La política podría ayudar, pero a fuerza de no controlar su destino, de vivir bajo formas de democracia representativa, de ser sujetos de los mensajes constantes que dicen que no hay alternativa, los precarios han terminado despreciando la política (casi con justificación), perdiendo el único instrumento que podría ayudarles.
La precarización quiebra las perspectivas sociales, frustra la consecución de estatus de personas que han creído que estudiar, formarse, hacer una jornada laboral completa tendría que ser una garantía para vivir con comodidad.
Para los empresarios del sector servicios (mayor acumulación de personal precario), el sueldo que reciben sus trabajadores estos empleadores lo consideran suficiente para personas que no lo necesitan realmente. Un precariado que posiblemente posea un grado superior de cualificación que sus jefes; personas que nunca se considerarán como clase proletaria
El día 1 de mayo de 1968 los trabajadores invadieron las calles para poder reivindicar ocho horas de trabajo; posiblemente hoy lo volverían a repetir solicitando catorce. Estamos acercándonos desde la Internacional del Trabajo hacia la Internacional de la Resignación. El señor Anguita, don Julio, afirmaba hace demasiados años: “El mayor agravio para los que todavía conservan un puesto de trabajo, es oír como el mismo no es un derecho constitucional sino un privilegio”.
No es extraño, benditos lectores, que la historia de una mujer –porque el grueso del precariado son mujeres- con una cerilla y un bidón de gasolina fuera un espejo para tanta gente.
El poema con que finalizo el artículo de hoy pertenece al asturiano y profesor de literatura Ángel González de su libro Autoantología, el poema con el título: “Porvenir”.
Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las olas,
Agazapado no se sabe dónde.
…:Mañana¡
Y mañana será otro día tranquilo,
un día como hoy, jueves o martes, cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.