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Todavía no nos ha llegado la democracia Artículo de Óscar de Caso

Óscar de Caso

Me mantengo y lo explico. En España no nos han dejado alcanzar la democracia plena, pese a lo que proclamen los piropeadores de la Transición; ni a lo que se haya firmado en la Carta Constitucional; tampoco, con la autocensurada libertad de prensa y de expresión; ni mucho menos, con la Justicia partidista y desequilibrada entregada a los políticos (Montesquieu ha muerto); en lo que se refiere al Estado laico, es vergonzoso escribir sobre ello.

Aunque una de las consignas y obligaciones de tener y vivir en democracia, es convivir en reconciliación, en España nos encontramos alejados de este placer. Aquí, seguimos como en el célebre, terrible y expresivo cuadro de Goya: navaja y garrote al prójimo. El desafío de las democracias actuales debería ser restaurar el contrato entre generaciones. Hasta este momento no se ha conseguido. Nos encontramos desde hace décadas en una grave crisis de política y de políticos, en la que nos estamos jugando a la ruleta rusa el futuro de la democracia. Confundimos la democracia con el espectáculo de la democracia; lo real, de hecho, es el espectáculo de la democracia. Estamos entendiendo la democracia como una representación mecánica, y tenía que conformarse como una representación de ética.

En la teoría y en la práctica, todos los ciudadanos suman su apoyo a la democracia, según encuestas del CIS. Lo que sería muy ilustrativo y sorprendente de comprobar, si la ciudadanía está dispuesta a mantenerla, aunque les suponga asumir en ello pérdidas en el bienestar y en el orden. Sostengo que para contestar a esta cuestión de forma adecuada y con responsabilidad, sería imprescindible educar a la gente para que sepan cómo funciona la política. La gran mayoría suspende esta asignatura, que no debiera ser optativa.

Les voy a exponer, a todos aquellos cándidos de ánimo que, en el año 1977, no se percataron de que nos la habían «metido doblada», que posiblemente la plausible definición de democracia que padecemos hoy sea, ni más ni menos: la posibilidad de criticar al sistema, de enfrentarse a él, sin que puedan meternos en la cárcel. No se me rasguen las vestiduras, benditos lectores, en España y en 1977 nos cautivaron con que todo era ya «democrático»: precios, jueces, policías, Fragas y veinte etcéteras más; hasta el Partido Comunista Español, que presumía de intelectual, cayó en el engaño.

Al comprobar que nos habían vendido la moto, con aplausos incluidos, de la supuesta Transición modélica; volvieron a la carga con el encanto y el perfume europeo. Compramos el tema europeo a ojos ciegas, como si fuese el Bálsamo de Fierabrás que repara todos los quebrantos. Lo que ahora, vistos los desagradables resultados, genera, consecuentemente, antieuropeísmo.

Si tenemos opción de leer la historia de nuestro país, observaremos, que casi siempre que la ciudadanía ha progresado socialmente dando un paso hacia adelante, ha venido un empujón hacia atrás. Escribamos sobre esto: en la guerra de los Comuneros contra Carlos V, se esfumó la posibilidad de ciudades autónomas y libres. Cuando en casi toda Europa se expandió la Reforma, los españoles nos colocamos como líderes de la Contrarreforma. Más tarde, surge Fernando VII y el Carlismo. En el mismo momento en que triunfa la Revolución Francesa, la Monarquía se aísla de manera cerril. Se derrotó al fascismo en Europa, y sufrimos cuarenta años de franquismo. Entre que Fernando VII llama a los Cien Mil Hijos de San Luis para aguantarse en el trono; Franco pide ayuda a Hitler y Mussolini; Felipe González junto con Willy Brand y Mitterrand liquidaron la industria que teníamos. En fin, una total desdicha.

En las cuatro décadas después de la muerte de Franco nunca nos preguntaron si queríamos República o Monarquía; la Constitución nos la entregaron ya digerida, sin ningún debate; el referéndum de adhesión a la OTAN supuso uno de los mayores casos de manipulación y engaño que hemos sufrido; lo de Europa nos lo metieron con embudo. ¡Joder! Es que no hay una buena persona que nos gobierne con honradez y nos diga toda la verdad, despacio y con dulzura.


El poema «Los nadies», escrito por el montevideano Eduardo Hugues Galeano, concluye el escrito de hoy:

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

 

No tienen nombre, sino número.

No figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que cuestan menos que la bala que los mata.