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Trabajo a discreción Artículo de Óscar de Caso

Abro el escrito de hoy con una premisa inevitable, trágica y contundente, elaborada por el imprescindible señor Anguita, don Julio: «No hay economista, sindicalista o estudioso de cuestiones económicas que no sepa la imposibilidad de que haya trabajo con una jornada de ocho horas, para todos y cada uno de los habitantes del planeta Tierra».

Ahora, un servidor escribe su proposición: ni abaratando el despido ni subvencionando la contratación, se crea empleo por sí mismo; hecho varias veces demostrado con distintos gobiernos que lo han intentado. Está extendido en la comparsa de empresarios titulados, un mantra-coartada manido, arcaico y lastimoso, por demás, que viene a, más o menos, intentar intimidar a los gobernantes flojos: pago muchos impuestos, si me imponen pagar aún más, cierro el chiringuito, y sube el paro. Reclaman subvenciones, solicitan dádivas y cariño a todas las instituciones estatales por cada puesto de trabajo que crean. ¡Joder! Si ha contratado a un nuevo empleado, es que ha tenido beneficios económicos. Se están volviendo locos, o qué… Insisto en este asunto: Hace años, prevalecía una correlación sistemática y plausible: si las empresas obtenían beneficios, crecía el empleo. Hoy, con una sonrisa muy canalla, tenemos derecho a negarlo. (Hago un paréntesis. Si accedemos a la hemeroteca fresca, leeremos que la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, ha estado presidida y vice presidida por señores que han estado fuera de las leyes).

En estos días, en España, para crear empleo útil, necesario y apremiante, hay tres sectores básicos: Educación, Sanidad y Medio Ambiente. La Unión Europea, con su implacable autoridad, aplica una maldad en lo referente al empleo. La política económica de los distintos Estados la tutela Bruselas, pero la política de empleo es negociado de cada nación. La UE les impone menos desempleo, pero se apodera de la economía con subida de intereses, primacía del pago de la deuda, cumplimiento del déficit y varias austeridades más.

Las empresas con mayor capital, las más potentes, vienen a ser, a fecha de hoy, las que menos empleados tienen en nómina, aquellas que tienen menos instalaciones, además, proyectan imágenes públicas y publicitadas muy atractivas. Estas grandes corporaciones buscan, por todos los medios, no competir entre ellas. Se fusionan, se sacrifican demasiados empleos, se ponen de acuerdo, de tapadillo, con precios pactados al alza. Obtienen, a cambio, mayores beneficios, menos preocupaciones y no es necesario competir. Espíritu empresarial, dicen que moderno.

El maldito y reiterativo ciclo del desempleo, se manifiesta cuando se crean más puestos de trabajo, por consiguiente, el desempleo se reduce y suben los salarios. Por la inevitable regla de tres, los capitalistas permutan la mano de obra por máquinas. La serie vuelve a comenzar. Las grandes fábricas cambian de residencia con la ayuda de la globalización. Éstas, se reducen en número, imponiéndose el sector servicios a la industria. Aumentan los trabajos esporádicos de fin de semana, la economía sumergida remonta, prosperan los falsos autónomos. La mini reforma que le hizo el Ministerio de Trabajo de Pedro Sánchez no incluyó los «contrato a cero horas». Desarrollo esta maldad: este contrato viene a significar que un individuo tiene un contrato con una empresa que no le garantiza nada a fin de mes, pero que le obliga a trabajar las horas que le requieran, y por eso tendrá que estar siempre disponible. En el fondo es más rentable que la esclavitud. Porque en la esclavitud por lo menos tenían que mantener al esclavo. (Abro un nuevo paréntesis: El día que algún nuevo y alto funcionario valiente y decidido, nos presente la cifra real de los vislumbres empleados fijos-discontinuos, nos aterrorizaremos).

Empresas con trabajadores precarios. Proliferan por momentos. Precarios, por lógica, poco cualificados. La empresa se preocupa más bien poco en formarlos. Cuando vienen las cosas mal dadas, reparten despidos y niegan renovación de contratos. Muy poca visión de futuro. Este sistema avanza con rapidez, aunque se produce más y se tiene acceso a mejores bienes, mengua el empleo y la renta. ¡Esto es lo que hay!

El día que Yolanda Díaz «casi derribó» la reforma laboral con el amparo del atribulado diputado popular Casero, a esta «mini reforma» la patronal la acarició con beneplácito, junto con el mutismo del PP…

Se está empezando a hablar de un Salario Universal, con el único requerimiento de haber nacido. Una curiosidad sorprendente: En España lo promueve la izquierda, en Finlandia, la ultraderecha.

En el grupo de la izquierda semidesnatada, llevan largo rato aplaudiéndose, por el logro de que dos millones de personas, con carné de pobres federados, tengan que pagar los servicios de un asesor, para que, a través de una intrincada burocracia, muchos paseos e innumerables llamadas telefónicas. Puedan acceder al «sanador» Ingreso Mínimo Vital. ¿Acaso, no les da un poco de vergüencita, que tanto personal se pueda acoger a esta limosna?

Escribamos unas líneas del futuro laboral de los peatones. Sólo el 1% de los empleos de hacen cien años sobreviven. La cantidad de tiempo que se dedica hoy al trabajo es la misma que hace cincuenta años; el personal puede pensar que no, pero se equivoca, háganle un pensamiento, benditos lectores. El empleo rutinario se robotizará, irremediablemente. Los sabios futurólogos laboralistas anuncian que los repartidores, conductores, personal de telemarketing, junto con los vendedores de seguros serán los desplazados preferentes por los robots. Como oficios que sobrevivirán: los fisioterapeutas, los dentistas y los cuidadores, podrán ejercer como tales en el futuro.

En nombre de ese futuro creador de empleo, se sustituirán los contratos fijos por otros más precarios, dirigidos a los jóvenes, que les ahogarán las pocas perspectivas de mejora profesional. Esa necesidad de trabajo generará, aún más, desigualdades, que favorecerán al capitalismo desbocado que siempre precisa de más esclavos para superar sus muchas crisis. Hoy estamos informados de que ese desarrollo tecnológico genera más destrucción de empleo del que crea. Y si esa inquietante información llegase a ser verdadera, auguran los sabios, dos terceras partes del personal de tropa, no serían necesario ni como productores ni tampoco como consumidores.

La centralización de la negociación colectiva aportaría un buen síntoma del poder de los trabajadores. Aunque los sindicatos que han perdido la denominación de origen, en su tibio y estúpido lenguaje, hablan en sus discursos, sin parar, del eufemismo «mercado laboral». Calificando a los trabajadores como una mercancía. Al parecer, se les ha olvidado a estos mercaderes sindicalistas que las decisivas conquistas sociales supusieron un impagable coste a sus protagonistas. Que nos las están burlando con facilidad pasmosa, con la aquiescencia del Gobierno, alegando «necesidades técnicas».

Lo que no es sorprendente es que la gente robe, o que haya huelgas; lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre y que los explotados no estén siempre en huelga.


Juan Gelman (1930-2014) fue un poeta nacido en Buenos Aires, al que el golpe de estado del dictador Jorge Videla le arrebató dos hijos, una nuera y una nieta, a la que al cabo de años logró rescatar.

El poema que transcribo hoy se titula «Oración de un desocupado». Desgarrador.

 

Padre, desde los cielos bájate, he olvidado

las oraciones que me enseñó la abuela,

pobrecita, ella reposa ahora,

no tiene que lavar, limpiar, no tiene

que preocuparse andando el día por la ropa,

no tiene que velar la noche, pena y pena,

rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,

que me muero de hambre en esta esquina,

que no sé de qué sirve haber nacido,

que me miro las manos rechazadas,

que no hay trabajo, no hay,

bájate un poco, contempla

esto que soy, este zapato roto,

esta angustia, este estómago vacío,

esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre

cavándome la carne, este dormir así,

bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido,

te digo que no entiendo, Padre, bájate,

tócame el alma, mírame

el corazón,

yo no robé, no asesiné, fui niño

y en cambio me golpean y golpean,

te digo que no entiendo, Padre, bájate,

si estás, que busco

resignación en mí y no tengo y voy

a agarrarme la rabia y a afilarla

para pegar y voy

a gritar a sangre en cuello

por qué no puedo más, tengo riñones

y soy un hombre,

bájate, ¿qué han hecho

de tu criatura, Padre?

un animal furioso

que mastica la piedra de la calle.

Óscar de Caso

Colaborador de Caudete Digital en cuestiones políticas