Tenía que suceder, se veía venir, era lo previsible, lo que viene ocurriendo de forma casi irremediable, mande quien mande, desde hace demasiados años. ¡Hay que joderse!
Esta mañana me he encontrado, por casualidad, con un antiguo compañero de trabajo e incluso amigo. He sentido mucha alegría abrazándole, después de más de dos años sin echarnos el ojo encima. Quedé muy aliviado al darme el reporte de que su familia se encontraba con gozosa buena salud. Él, más gordito, si cabe, que la última ocasión en que nos vimos, e igual de delicioso y noble socarrón que hace más de diez años que trabajábamos juntos. Me metió por los ojos un pantallazo de un bebé rollizo, asegurándome que lo había parido su nuera hace tan sólo cinco meses, su primer nieto. En fin, una grata alegría en esta mierda de tiempos que estamos soportando.
Temí preguntarle por el trabajo, no lo hice, pero sus cejas le descendieron sobre los párpados y me soltó lo que menos deseaba oír: «Óscar, no hemos cobrado aún la paga extra de Navidad, y a los proveedores, como se les adeudan más de 50.000 euros (que se sepa), no nos sirven productos».
Esta es una empresa, como muchas, donde han hecho la vista gorda demasiados gobiernos en España. Una mediana empresa que paga a una gran parte de sus empleados la mitad de sus sueldos en B; una empresa que se gasta en ropa laboral 4 euros al año en proporcionarte dos camisetas y, con súplicas, un chaleco; una empresa que ha obligado a firmar a una enorme cuota de trabajadores el reglamentario reconocimiento médico sin habérselo hecho; una empresa que durante la crisis bancaria de 2008 redujo la jornada laboral diaria a cinco horas durante cuatro meses, sin preguntar y sin previo aviso; una empresa que perteneciendo al sector de «servicios básicos», durante la horrible pandemia, obligó a tomar 15 días de nuestras vacaciones, sí o sí; una empresa que humilla y aterroriza a sus empleados como una rutina constante; una empresa que mal paga a sus empleados casi el mismo sueldo desde hace más de doce años; de las horas extraordinarias, mejor no escribir palabra. Y media docena más de fechorías que prefiero no teclear.
El sentido común, la experiencia laboral durante los años trabajados y la plática diaria con la gente, me hacen sostener de manera firme: que la empresa que comienza a deber nóminas a sus trabajadores, irremediablemente y más pronto que tarde, mandará a sus empleados al INEM o como coño lo llamen este mes los señoritos/as que dormitan en la Moncloa convocando ruedas de prensa sin preguntas, para informarnos de lo mono que tienen sus ombligos.
Causas: las de casi siempre. Esta empresa, para conseguir un contrato, hace lo que se llama «una licitación u oferta temeraria», es decir, ofrece un servicio que no le va reportar ganancias si no infringe los desmanes a sus empleados que he enumerado antes.
A lo largo de toda su existencia, este tipo de empresas ha tenido una gestión económica de las mismas muy cómoda, les llovía el dinero; siempre han tenido el mismo y más simplón organigrama de trabajo, no han invertido en nueva maquinaria ni lo imprescindible, tienen empleados a los mismos «coroneles/as» de toda la vida: cobardes lerdos y tarados cuya única misión es gritar y amedrentar a sus subordinados de forma constante y gratuita, gente sin el mínimo conocimiento ni ganas ni aptitud para organizar el trabajo con eficiencia.
Qué ocurre: pues que llega un momento en que, a pesar de exprimir a sus empleados sin misericordia alguna, comienzan a perder liquidez de forma muy rápida; y son tan estúpidos, que quieren autoconvencerse de que la forma de vender y comprar retornará a tiempos pretéritos; necesitan convencerse de que van a volver a mandar «los suyos», los de toda la vida, los que les hicieron ricos e intocables, y todos sus problemas económicos desaparecerán como sucedió durante más de cuarenta años, después de 1939.
Mientras tanto, mi amigo y excompañero, a sus 60 almanaques, con un largo historial de vida laboral, después de haber sido agricultor, empleado en una fábrica de zapatos, dueño de una fábrica de zapatos que le costó más dinero poder echar el cierre que abrirla, y varios empleos más esporádicos, se encuentra como dice Joan Manuel Serrat: «Con el culo así contra la pared, llorando en el mar, viéndolas venir, viéndolas pasar, pasar…»
Como, por desgracia, le he puesto el título de este escrito, benditos lectores: ¡ESTO ES LO QUE HAY!
NOTA POSTERIOR.- Este escrito fue publicado hace poco más de un año. En la actualidad, la misma empresa ha entrado en «concurso de acreedores». Sus cientos de empleados pasan por la desgracia de no haber percibido su sueldo desde hace cuatro meses, más las pagas atrasadas.
La canción que culmina hoy este escrito está dirigida y dedicada a mi amigo Toni. Espero le alivie y consuele.
En al año 2001, Joaquín Sabina burló nuevamente a la muerte, cayendo en un desánimo. A su lado estaba su amigo el poeta Luis García Montero que, para consolarle, le regaló el poema que transcribo a continuación, al que pusieron música Joaquín y su inseparable compañero Pancho Varona. El poema se titula «Nubes negras», está incluido en el disco de 2005 «Alivio de luto».
Cuando busco el verano en un sueño vacío,
cuando te quema el frío si me coges la mano,
cuando la luz cansada tiene sombras de ayer,
cuando el amanecer es otra noche helada,
cuando juego mi muerte al verso que no escribo,
cuando sólo recibo noticias de la muerte,
cuando corta la espada de lo que ya no existe,
cuando deshojo el triste racimo de la nada.
Sólo puedo pedirte que me esperes
al otro lado de la nube negra,
allá donde no quedan mercaderes
que venden soledades de ginebra.
Al otro lado de los apagones,
al otro lado de la luna en quiebra,
allá donde se escriben las canciones
con humo blanco de la nube negra.
Cuando siento piedad por sentir lo que siento,
cuando no sopla el viento en ninguna ciudad,
cuando ya no se ama ni lo que se celebra,
cuando la nube negra se acomoda en mi cama,
cuando despierto y voto por el miedo de hoy,
cuando soy lo que soy en un espejo roto,
cuando cierro la casa porque me siento herido,
cuando es tiempo perdido preguntarme qué pasa.