‘Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán…’ . Y así ha vuelto Carme Forcadell a la ley y el orden, a renegar de la secesión de Cataluña, a abandonar sus principios y a dar esos pasos atrás que juró que nunca daría.
Todo este proceso imposible de independencia en Cataluña es una gran mentira. Una mentira monstruosa, gigantesca, donde el dinero fluye por doquier entre lo público y lo privado, y donde la autohipnosis juega un papel fundamental. Una mentira que tienen muy claro que es una mentira quienes están al frente del engendro, como se puede ver nítidamente entre quienes han llevado al abismo a Cataluña y ahora dicen que todo fue de broma.
Cuando el daño ya está completo, cuando el enfrentamiento social es patente, la crisis económica galopante, la ley abortada, los derechos y libertades cercenados… ahora, resulta que todo era algo simbólico, dice Forcadell, la máxima exponente de la maquinaria del odio excluyente, la gurú del procés, la que quiere salvar su culo en el último momento y, a las almas cándidas que confiaron en ella, que les den. «Que no hubiesen sido tan tontos», se dirá, y con razón, para sus adentros. ¡Y que viva el 155!
La autohipnosis a la que hago referencia es real y tangible. Los independentistas catalanes están en pleno proceso de trance colectivo, un proceso que los ha llevado a la negación de la realidad, a un nirvana donde no caben el diálogo, el debate o el análisis más banal. Es puro fanatismo, puro fundamentalismo en torno a una idea abstracta como es la independencia, más allá de cualquier otra consideración.
Los independentistas no saben por qué quieren ser independientes. Se les ofrecieron varias frases para poder autoconvencerse y, por tanto, aferrarse a esa idea y poder sustentar el objetivo: «España nos roba», «Somos diferentes (mejores)», «La historia dice que éramos independientes» y otras majaderías de índole semejante. Ninguna cierta, claro, pero suficiente para provocar el enfrentamiento deseado y unir a la manada en torno a un dios.
No hay mayor ciego que el que no quiere ver. Y el fundamentalismo catalán es capaz de admitir que la ley se puede incumplir si interesa; que la democracia es mala si no se pliega a sus intenciones; que buenos son los que piensan como ellos, y malos el resto del mundo; que Europa, ahora, es el demonio, porque no los salva de las garras del Estado Español, aunque antes era buena porque estaban seguros de que los apoyaría en su sinrazón; que los no independentistas se tienen que ir de su tierra, y que son personas no gratas… Exactamente así piensan personas aparentemente normales, con carrera universitaria o sin ella, funcionario o deportista de élite. El fundamentalismo catalán jamás se pregunta si está equivocado, y por eso siempre está convencido de su superioridad.
Ante una pared, la pelota siempre rebota. El independentismo es una pared, y la razón, una pelota que siempre vuelve sin hacer mella en el ladrillo con el que choca. ¿Las empresas se van de Cataluña? Es porque son unos traidores, y les hacemos un boicot. ¿La oposición se silencia en el Parlament? Claro, porque son personas que tienen que irse de Cataluña. Aquí sobran y no tienen nada que decir. ¿La Guardia Civil y la Policía Nacional? Son represores y vándalos, nos quieren matar a todos. Que lo sepan todos los niños.
Los Mozos de Escuadra han realizado acciones y represiones en Cataluña mucho más violentas que las que hizo la Policía Nacional y la Guardia Civil el famoso 1-O. Incluso dejaron tuerta a una mujer en una manifestación durante una huelga. Ahí está la hemeroteca: imágenes, vídeos, noticias de prensa… Pero para el fanatismo, eso no existe. Es una manipulación… Es algo que se sale de su idea fundamental, porque los Mozos pertenecen a la manada y, por consiguiente, son buenos.
El cobarde Puigdemont fue el primero en huir. De poco le van a servir sus argucias, salvo para alargar un proceso que, como delincuente que es, le llevará a presidio. El mundo entero le ha dado la espalda, como no podía ser de otra forma, y salvo para los que necesitan show para nutrir sus canales de televisión, cada vez tendrá menor protagonismo mediático. Pronto iremos olvidando a los Jordis, al resto de encarcelados, a los juzgados por vandalismo, a los que se enfrentan a fuertes sanciones por incumplir la ley (y mira que estaban avisados)… Porque en España, gracias a Dios, la ley existe. Puede ser lenta, pero termina por imponerse.
Aún así, los fanáticos independentistas siguen viendo en los que ahora salen corriendo como ratas a sus héroes salvadores. Da igual decir que todo fue una broma, que irse a Bélgica a ver si se pueden escaquear. Una muestra más de lo irrelevante de las explicaciones a quienes no las aceptan de antemano.
Los problemas en Cataluña no terminan aquí. Hay muchos a los que no les importa su tierra, a los que no les importa arruinarla y convertirla en un ring de boxeo. Ese fundamentalismo pernicioso no desaparece de un día para otro, y ahora, más que nunca, muchos han añadido el honor herido a la lista de afrentas que alimentan su odio.