Vivimos en un mundo condicionado. Las llamadas «tendencias» marcan pautas para vestir, para comer, para pensar, para votar y para consumir. Nada se queda sin la suya.
Una de las cosas donde tradicionalmente más se nota es en el mundo de la moda. La forma de vestirnos va cambiando cada año al ritmo que imponen las marcas. Para la gran mayoría, no son Chanel, Versace o Christian Dior las firmas que nos imponen sus modelitos, a no ser que los compremos en el mercadillo de los viernes, sino Zara, Desigual o H&M, por ejemplo. Estas marcas, entre otras, verdaderas máquinas de vender ropa a precios competitivos, son las verdaderas creadoras de tendencias en nuestros armarios.
Si hablamos de moda femenina, desde hace 40 años las marcas de ropa han utilizado como base para sus creaciones a un tipo de mujer cada vez más delgada, con alturas superiores a la media, y, si me lo permitís, muchas veces con caritas de mala leche. Ese es el prototipo de la modelo estándar. Pero yo siempre me he preguntado la razón de no utilizar modelos con unas medidas más normales, aunque lo peor no es eso, sino que en las tiendas se refleja ese tipo de moda basada en tallas excesivamente pequeñas y alejadas de la realidad.
La consecuencia a lo largo de los años ha sido la proliferación de la anorexia y la obsesión por conseguir entrar en la ropa de marcas tipo Zara. También, la frustración de muchísimas chicas, que han tenido que optar entre grandes sacrificios contra natura, y contra su propia genética, o vestir prendas alejadas de la moda, poco estéticas casi siempre y con el objetivo de tapar o disimular lo que aparentemente, según los estándares sociales, son cuerpos «defectuosos».
Afortunadamente, algo se empieza a mover en la sociedad para alzar la voz contra este sinsentido. Ya hace unos años que se prohibieron en las pasarelas cierto tipo de medidas en las modelos, excesivamente delgadas, casi de apariencia enfermiza. Poco a poco, se fue evolucionando a cuerpos más parecidos a los de una mujer, pero aún queda mucho por andar. La opción está siendo crear desfiles paralelos, con modelos de tallas normales o grandes, y el éxito está sorprendiendo a las propias marcas.
Ahora se dan cuenta de que existe un mercado inmenso de gente de la calle a la que le gusta ir guapa sin necesidad de hacer el régimen de la piña o matarse a sudar en el gimnasio, como diría aquél, «pa ná». Porque llevar cuidado con la alimentación y hacer deporte es muy sano y recomendable, pero hacerlo para cambiar nuestro cuerpo, es otro cantar. Las mujeres, en este caso, no quieren estar obligadas a cambiar su talla para lucir un vestido de última moda, lo que piden a la industria es que sean innovadores y profesionales, y ofrezcan a sus potenciales clientas productos de calidad.
En España ya hay pequeñas empresas de moda especializadas en tallas de todo tipo, y están creando ropa espectacular con una demanda creciente. Y también las grandes marcas empiezan a mover ficha ante las críticas, pero sobre todo ante el descubrimiento de que se abren nuevas puertas para un negocio demasiado encorsetado a lo largo del tiempo por ideas muy extremas en el sentido de lo que era la moda.
Las modelos XL van cobrando protagonismo. Ya hay verdaderas divas, como Ashley Graham, luchadora en las redes sociales contra el famoso 90-60-90. Pero esta es una lucha a largo plazo. He conocido hombres a los que les avergonzaba admitir que les gustaba una chica por ser gordita, como si fuese una bajeza tener esos gustos, tan normales por otra parte. Y chicas sentirse verdaderamente mal por no encajar en los cánones. ¿No es esto estar condicionados?
Hay que sentirse bien con uno mismo. Los gustos de las personas no son muchas veces los que pudiera parecer y, además, nosotros mismos solemos ser nuestros más crueles inquisidores. ¡Fuera prejuicios, fuera complejos…! Y sobre la moda, Luis Buñuel decía «La moda es la manada; lo interesante es hacer lo que a uno le de la gana».