Hay muchas formas de apoyar el terrorismo. Una de ellas, la que una parte de la sociedad catalana puso en práctica ayer en Barcelona, en lo que trataba de ser una manifestación en bloque contra los asesinos y que muchos trataron de dinamitar.
Cuando Felipe VI llegó a Barcelona poco después de los atentados, fue aplaudido por la inmensa mayoría de catalanes de una manera espontánea. Es lo natural, cuando alguien va a solidarizarse con las víctimas y a preocuparse de primera mano de los heridos. Se trata de un gesto, pero la gente normal lo entiende así y lo agradece. Pero ayer, una vez que el independentismo, encabezado por la CUP, tuvo tiempo de organizarse convenientemente, convirtieron el recuerdo a las víctimas en un apoyo explícito al terrorismo, rompiendo la unidad de los demócratas y haciendo sonreir a los asesinos.
A quienes justifican el espectáculo de ayer diciendo que eso es la «libertad de expresión», habría que recordarles que lo de ayer era mucho más que una simple manifestación. Se trataba, como ha ocurrido en otras ocasiones en España, de mostrar un frente común de toda la sociedad ante el terrorismo, y decirle a las víctimas que se está con ellos y con sus familias. Así ocurrió tras el 11-M o cuando toda España dijo «¡basta ya!» tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Si, aún así, algunos tratan de utilizarlo para su propio beneficio, al menos yo también quiero mi libertad de expresión para llamarlos alimañas.
Poco puede hacerse ya con personas radicalizadas, xenófobas y que ponen ideologías secesionistas por encima de las víctimas. No son muchos, pero suficientes para romper la sociedad catalana y dar espectáculos propios del nazismo como el de ayer. Habría bastado que mostrasen el respeto que expresan cuando homenajean a Otegi para que los catalanes normales sintiesen que no viven en un lugar que, cada vez más, se va pareciendo a un gueto donde sólo los extremistas tienen hueco.
Una lástima que sólo los violentos representen en la práctica a Cataluña. Hoy pide Puigdemont no magnificar los pitos y los insultos de ayer, pero gran parte de la culpa de la crispación y la ruptura social es suya y de gobiernos que le han precedido. Cataluña se hunde, económica y socialmente, en nombre de un dios llamado Secesionismo. En nombre de una dictadura xenófoba y excluyente, que es lo que pretenden. Ni Cataluña, ni Barcelona, son ya esas sociedades integradoras y acogedoras que fueron antaño. Hoy hay mucho más miedo a todo, y por eso cada día se marchan empresas y ciudadanos.
Una lástima. Pero poner remedio a esta situación es muy difícil. Al menos, poner un remedio que agrade a todos. Del mismo modo que es imposible negociar con un yihadista, es imposible hacerlo con los miembros de la CUP que sustentan el poder en Cataluña. La ignorancia es muy atrevida, y estos ignorantes, muchos de ellos acomodados hijos de papá, están arrastrando a sus conciudadanos a un abismo impredecible.
Muchos medios disimulan o suavizan lo ocurrido ayer. Pero yo vi la manifestación en directo en varias televisiones, y me quedó bastante claro. Que no se diga que fue un éxito, porque más de uno, con su Kalashnikov bajo el brazo, tiene que estar plenamente satisfecho.