Etapa 8 – 30 de abril de 2018
Nieva.
Me avisa Martín. «¿Viste?»
Me asomo y, efectivamente, está nevando. No me lo puedo creer… La nieve me encanta, pero salir a hacer una buena tirada de kilómetros bajo la nieve, es otra cosa. Pero bueno, no hay opción.
Algunos peregrinos han optado por hacer la etapa en taxi, en vista del tiempo. Nos informan de que el Puerto del Acebo, que pasamos el día anterior, está completamente cubierto por la nieve.
Tal y como hago todos los días, me quedo al final y comienzo solo la etapa. Mis pies van mejor y las chanclas están respondiendo, ¿qué más se puede pedir? Si nieva, que nieve.
El recorrido de hoy no es fácil. Hay subidas muy, muy duras. El alto de Fontaneira es buena prueba de ello, con casi 1.000 metros de altura. Deja de nevar, y la lluvia me acompaña buena parte del recorrido, pero voy bastante cómodo. La belleza de las vistas y un camino acolchado de hojas secas me ayudan a avanzar a buen ritmo.
Llego a un bar enmedio del bosque. Como un oasis en un desierto. No hay nadie, y tiene música de los años 60 y 70… Es sobre la una y media, y tengo hambre, así que entro directamente. Me recibe un argentino muy simpático, que tiene a la hija y a los nietos por allí. Le pregunto si podría medio comer, y me responde que voy a comer entero, si quiero… aunque no de caliente, ya que es temprano. Le pido un bocadillo, pero me trae un señor-bocadillo de queso y chorizo. Y caliente. Y una jarra de vino blanco. Y olivas. Y luego un café de puchero. Y con los Beatles sonando, mientras veo que empieza a llover… ¡A mi plín! Me espero allí hasta que haga falta, porque encima no hay nadie más y parece que estamos en familia. El dueño me cuenta su historia, sus problemas burocráticos y sus cosas.
Me hace mucha gracia cuando me cuenta que el ayuntamiento le pedía el certificado de impacto acústico de su local. «Pero, ¿a quién voy a molestar aquí, enmedio del bosque?». Encima, los muros del bar tienen un metro de grueso… En fin, que las normas son las normas.
Deja de llover, le doy las gracias al barman, lo felicito por su buen gusto musical, y sigo la ruta. Me alejo, mientras dejo atrás los acordes de «Long Cool Woman», de The Hollies.
Llego a O Cádavo, ¡objetivo cumplido! En ese momento me convenzo de que voy a llegar a dar el abrazo al apóstol.
Me hospedo en el albergue Porta Santa, privado. Excepcional. Estoy solo, aunque más tarde llega Álvaro, de Madrid, que ha hecho 45 Kms. ¡¡Ufffff!! Muy simpático, me explica que es corredor de maratones de montaña. Aún así, reconoce que es mucho andar…
Mis compañeros, Alicia, los Martines y José, han recalado en el albergue municipal. Los he saludado al llegar, y ahora me invitan a cenar. Martín es el cocinero, y nos ha preparado un guiso muy bueno a los cinco, regado con buen Albariño. ¡Gracias, chicos!
Martín y José ya son casi imprescindibles para mí. Y Alicia y su padre, empiezan a serlo también. ¡Qué buena gente! Sólo por conocerlos, ha valido la pena venir. Sin duda ninguna.
El Chubasquero
La lluvia es muy molesta, porque te obliga a ponerte el disfraz, como yo digo. Es decir, la capa impermeable, incluso los cubrepantalones, también impermeables.
Colocar la capa puede ser un poco dificultoso. Antes de nada, hay que recordar que la capa que lleves tiene que ser capaz de cubrir la mochila. Y hay que acordarse que la capa se pone DESPUÉS de colocarse la mochila… para no tener que volver a quitarla. Como me pasó a mí un par de veces… También cuesta un poco pasarla por encima de la mochila. Yo, por fortuna, siempre encontré ayuda, pero se suele atascar, según el modelo que sea.
Hay que tener presente que cuando para de llover, uno trata de quitarse enseguida la capa. Pero está demostrado que la probabilidad de que después de quitarte la capa empiece a llover, es directamente proporcional al esfuerzo que hayas hecho en quitártela. Es decir, que si te la quitas, la pliegas a lo bruto y la metes por la mochila, tardará un rato en llover. Pero si te la quitas, la doblas cuidadosamente para meterla en la ínfima bolsa en la que venía, te quitas los cubrepantalones y los pliegas, con mucha paciencia, y lo dejas todo impecablemente ordenado, cierras y te pones a andar, lloverá inmediatamente. En el acto.
La Ley de Murphy existe. Y es implacable.