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Cuando nadie conocía el reguetón…

¡Qué tiempos aquellos…! Mediados de los 80, los 90… Había discotecas en cada pueblo, y se llenaban. La gente bailaba como si no hubiese mañana. En España se hacía música de baile, aquella música desenfrenada que se bautizó como música mákina o bakalao, y que llegó desde Alemania con expresiones más sofisticadas, como hardcore techno y hard trance. Tras pasar el filtro valenciano, se le añadieron todos los componentes más explosivos para terminar surgiendo un fenómeno que marcó una década: La Ruta Destroy, más conocida como la Ruta del Bakalao.

Yo echo mucho de menos aquella movida, mucho más desenfrenada que la que simultáneamente se vivía en la capital del reino, y que era un rollo totalmente diferente. Alaska, Golpes Bajos o Glutamato Ye-Yé estaban muy bien, pero para bailar, lo que se dice bailar, estaba Valencia. Y alrededores. Nada era, es o será comparable a aquello. Y nadie que no lo haya vivido podrá saber nunca cómo fue.

La Ruta del Bakalao auténtica comenzaba los jueves por la noche en la discoteca Acción de Valencia. Seguía los viernes en Spook Factory, Heaven, The Face… y los sábados por la mañana continuaba en ACTV. Sábados por la tarde, Espiral. Y por la noche, en casi todas las nombradas. Hasta las mañanas del domingo, donde Spook Factory y El Templo, principalmente, se repartían a los ruteros. Los domingos por la tarde, Barraca. Domingos noche, ACTV y Puzzle. Y los lunes por la mañana, Zona y ACTV. Esto era en la misma Valencia, pero se podían realizar rutas por otras zonas del interior de Valencia, con la Terminal de Mogente como punto final, como su propio nombre indicaba.

Eran muchos los que hacían esta ruta completa, y semana tras semana…

Nuestro cercano Biar fue un punto caliente, que sin llegar a estar en la propia Ruta del Bakalao, cuajó como una mini Valencia muy, muy activa. Gran parte de los biarenses dejaron sus negocios para abrir locales de música. Llegó a funcionar hasta una sucursal de la ACTV, una de las discotecas más unidas a este fenómeno. Recuerdo que permanecer 10 minutos en su interior era sinónimo de una semana con pitidos en los oidos, por la potencia exagerada y lo reducido del local. Así estamos ahora, que entre los tiros y el bakalao, estamos prácticamente como tapias…

Cuando ibas un viernes o un sábado a Biar, te encontrabas coches aparcados a la orilla de la carretera un kilómetro antes de llegar al pueblo. Miles de jóvenes venidos de muchos lugares del entorno, y de más lejos, invadían la pequeña población, en una locura colectiva que hoy parece como un sueño.

La Ruta del Bakalao se gestó en discotecas valencianas como Chocolate, Espiral o la misma ACTV. Tras la transición, y en un clima de cambio y de explosión cultural, cuya onda expansiva recorrió todas las artes, estas discotecas diseñaron nuevas formas de diversión. Música electrónica, desenfrenada, hipnótica en unos casos, tribal y básica en otros… pero siempre con las bases rítmicas a muchos rpm como reinas de la pista. El problema es que entre los ingredientes, las drogas formaron parte indisoluble del cóctel. Y la Ruta del Bakalao quedó sentenciada a desintegrarse ahogada en su propio éxito.

Fueron muchos los que no volvieron a casa. Unos, por los abundantes accidentes de coche. Otros, por sobredosis. O víctimas de peleas… Los últimos años fueron dramáticos, y el final fue casi de un día para otro. Se cerraron bares y discotecas, y los jóvenes dejaron de ir a los locales en un porcentaje abrumador. Todo cambió de la noche a la mañana. En algunos aspectos, tristemente. Pero es que el cóctel era un pack completo, y el éxtasis y sus mil variantes eran invitados constantes cada noche, en cada discoteca, en cada local. Y el resultado fue la autodestrucción de todo lo que rodeó aquello, porque no tenemos término medio. Imagina cómo se podía aguantar de jueves a lunes sin parar de bailar… A base de Coca-Colas, ya te digo yo que no.

Pero mientras duró, fue un fenómeno increible. Fiesta y diversión, prácticamente sin límites. Las mejores discotecas, sin reparar en gastos de sonido o iluminación, estaban al servicio de la juventud sin horarios. Siempre abiertas, y cuando tenían que cerrar dentro de un horario (8 de la mañana, normalmente), abrían otras para que siempre hubiese varias de guardia. Como las farmacias.

Y después de la tempestad, llegó la calma. Una calma chicha… Demasiado chicha. Pasamos de un extremo a otro. Poco a poco, con los años, volvieron a abrir algunas discotecas. Pero nada volvió a ser lo mismo, por suerte o por desgracia. La industria de la música de baile se hundió, los DJ perdieron su protagonismo y el ocio nocturno se vio muy afectado, sobre todo por la aparición de los controles de alcoholemia, que hoy vemos tan normales, pero que hasta entonces apenas si existían.

El tipo de música también fue evolucionando hacia otros ritmos. Lo latino se fue imponiendo, y ahora, el rey es el reguetón. Yo tengo un amplio abanico de tipos de música que me gustan, pero el reguetón no está entre ellos. Qué le vamos a hacer. Aunque soy amante todavía de aquella música electrónica de los 90, me contento sobradamente con otros géneros musicales para bailar, pero no con este reguetón angustiante y pegajoso que nos ha invadido completamente. Puedo soportar un par de canciones de este tipo, pero hace poco estuve en un gran local (fuera de Caudete) que desde las 12 de la noche hasta las 5 de la mañana estuvo poniendo reguetón. El local, muy afamado, estaba repleto. Y nadie subió a tener unas palabras con el DJ, si se le puede llamar así. Yo, cobardemente, no me atreví. Lo reconozco.

En su lugar, para poder sobrevivir esa noche, hice un par de salidas desde ese lugar a otro local que estaba prácticamente vacío. Pero tenía un sonido estupendo, y una iluminación muy buena. El DJ, como un llanero solitario, ponía música electrónica para los camareros y para él mismo, imagino. Me recordó aquellos años del siglo pasado… y me quedé bien a gusto bailando como un poseso. El dueño del local, agradecido, me invitó a un par de chupitos. Supongo que por hacerles compañía…

Aún se arregló la noche…

 

Redacción - CD

Miguel Llorens fundó Caudete Digital en el año 2000. Apasionado de la informática y de la comunicación, desde la creación de este diario local ha mantenido su vocación de informar y su espíritu de servicio público.