Me enteré de los atentados de París en el mismo punto donde hoy han muerto al menos diez personas en otro atentado yihadista. Pocos días después de estar en Estambul, el destino me llevó a París, con los atentados aún en el ambiente de una ciudad que no se deja doblegar.
Los muertos, esta vez, son sobre todo alemanes. Los criminales, los mismos. La angustia y el dolor de las familias, mejor ni tratar de imaginarlo. Yo, como tantos otros cada día, podía haber estado ahí en el momento fatídico; pocas semanas me han separado del atentado. Pero hasta que no ocurre, nadie puede imaginar algo así mientras contemplas la grandiosidad y la capacidad del hombre para construir edificios tan hermosos. De pronto, te das cuenta también de la cobardía y la crueldad de la que es capaz el hombre para destruirlo todo.
El goteo es incesante. La solución, complicada, porque complicado es luchar contra la locura y la sinrazón. Pero de algún sitio llegan las armas, los explosivos, el dinero. Los asesinos no son sólo los que revientan en una plaza y matan a una docena de personas. Asesinos son también los que ayudan, de un modo u otro, a la muerte.
Estas palabras no quiero que sean más que un pequeño homenaje a las víctimas y a la ciudad de Estambul. Porque este es un editorial deliberadamente breve, cargado más de silencio que de palabras…