Una de las primeras obligaciones de un trabajador, para evitar futuros graves desengaños y quebrantos, es saber en qué clase social se encuentra ubicado. Para ello, es necesario hacerse uno mismo una introspección o catarsis, y no dejarse engañar por la categoría que indica ésta en el cuadradito correspondiente de su nómina ni por el potente coche que estoy pagando a la financiera ni por el monumental televisor que poseo. De igual modo, recele de inmediato y no se deje «acariciar» si su empresario le proclama con campechanía: «¡Esta empresa es una familia, y usted forma parte de la misma!». Consejo personal compartido con amistades y compañeros: Huya de esa empresa «familiar» lo antes que pueda, porque le explotarán sin misericordia, pero con mucho cariño.
Desde que demolieron el infame Muro de Berlín, el obrero sufrió un trauma emocional importante al comprobar las tropelías sociales que los gobernantes de la Alemania comunista habían infringido a sus ciudadanos; y como confiesa el señor Joaquín Sabina: «Ese día, algunos nos morimos un poco». Ese fue el momento propicio para que Reagan, Thatcher y demás forajidos gubernamentales, desenfundaran sus espadas neoliberales y las acercasen al cuello de los aturdidos y desengañados obreros de la revolución de la justicia social.
Acobardada, la izquierda se replegó a los cuarteles culturales, olvidando las mejoras sociales y materiales a la que está obligada a reclamar y pelear para con la clase obrera. Quiso engañarse y creerse, que a través de la invasión de la cultura por parte de la izquierda podrían hacerse con el poder. Como han podido comprobar, benditos lectores, en el transcurso de los años: la cultura, la filosofía, la moral, la ética, el calentamiento global junto con la activista medioambiental Greta Thunberg; a la derecha, todo esto, «se la trae floja». Como escribe mi amiguete Chimo: «La derecha no tiene manual, solo intereses».
Como las distintas clases sociales iban desapareciendo a toda velocidad, transformándose tan sólo en dos grupos bien diferenciados: unos, en mucho más ricos y otros, en mucho más pobres (la gran mayoría); la izquierda apoyó tribus nuevas más modernas y con carisma social: homosexuales, mujeres, blancos, negros, etcétera; con la posible e inocente pretensión de que a través de estos grupos podría dividir y vencer. La cagaron de pleno.
Se reunieron en las plazas de algunas ciudades de España en 2011 mucha gente rebelde que exigía al socialismo acciones concretas para controlar el capitalismo salvaje que campaba a sus anchas. La izquierda cultural se zampó, por desgracia, ese movimiento en muy pocas tardes con leyes de diversidad y feminismo desbocado políticamente correcto que a la oligarquía le traía sin cuidado mientras ésta no tuviera que rascarse el bolsillo.
A la izquierda socialista, que en uno de sus últimas reuniones del consejo de administración socialista «Orgía-Comité federal» repetían sin parar, autodenominándose con el eufemismo: social demócrata. Al parecer, les produce rubor y una pincelada de furtivo rechazo, que les tilden de: «roja» o «extrema izquierda». A diferencia de su adversario político que no se siente para nada ofendido cuando desde el Congreso de los Diputados desde la bancada de la izquierda les tachan de: «derecha, extrema-derecha o derecha-extrema».
Toda la clase obrera se encontraría muy agradecida y satisfecha, si la izquierda, con denominación de origen, consiguiese hacerse, bajo la dirección de una buena persona, un traje nuevo sin costuras, a medida, que les valiese a todos esos grupúsculos de izquierda diseminados por toda España que, con buena voluntad, tan sólo consiguen disminuir la justa representación de ella en el Congreso de los Diputados a causa de la maldita y poco justa ley electoral que ningún partido político en el poder ha tenido el coraje de derogar, y de la que todos se quejan tan sólo cuando se encuentran en la oposición. Me veo en la obligación de informar (parece que lo ignora) a Pedro Sánchez o al siguiente en la lista de secretario general del PSOE, que para obtener el poder que le proporcionaría la jefatura del gobierno, para nada es necesario pactar con el diablo catalán o desprenderse de los pantalones a los insistentes requerimientos del socio de coalición de turno; tan sólo, es preciso convencer con hechos a los votantes socialistas. Así de simple…
Esta socialdemocracia actual cargada hasta los topes de estúpida y ñoña corrección política no ha cambiado otra cosa que la forma de vender productos. Como escribe mi admirado Juan Soto Ivars: «Nos ofrece un capitalismo inclusivo en el que, con un poco de suerte, tendremos el privilegio de ser explotados por una mujer transexual negra y paralítica».
En el libro de poemas de 1973 «Letras de emergencia», está contenido el poema que escojo hoy, complementario al escrito, «Cielo del 69». Su autor es el señor Benedetti, don Mario. En él se pregunta: ¿Quién tiene el mango de la sartén?
Cielito, cielo que sí,
cielo del sesenta y nueve,
con el arriba nervioso
y el abajo que se mueve.
Que vengan o que no vengan;
al pueblo nadie lo asfixia.
Que acabe la caridad
y que empiece la justicia.
Que la luna llena brille,
que acabe la cuenta llena.
Que empiece el cuarto menguante
y que mengüe por las buenas.
O por las malas, si no,
o por las peores también.
El mango
lo vayan soltando,
ya no existe la sartén.
Que vengan o que no vengan,
igual sabrán la noticia:
se acabó la caridad
y va a empezar la justicia.
Cielito, cielo que no,
cielito, qué le parece,
borrar y empezar de nuevo
y empezar, pese a quien pese.
Mejor se ponen sombrero,
que el aire viene de gloria.
Si no los despeina el viento,
los va a despeinar la historia.
Cielito, cielo que sí,
cielo lindo, linda nube,
con el arriba que baja
y el abajo que se sube.
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