Hace pocas semanas, Antonio. Ayer, Salva. Se han ido pronto, muy pronto, y se han llevado consigo una parte de mí, una parte irremplazable. Salva me consoló por la pérdida de Antonio, y ahora también él nos ha dejado huérfanos de su amistad. Es muy duro, es un dolor hondo y rabioso al que tratas de buscar culpable, hasta que te das cuenta de que la muerte casi nunca necesita un culpable.
Con Salva jugué desde que éramos niños, y compartimos una amistad imperturbable durante toda la vida, de esas amistades en las que, a veces, no hace falta ni hablar para saber qué piensa el otro. De esas amistades sinceras de las que uno disfruta a la hora que sea…
Otra vez, el dolor profundo e impotente, las lágrimas, los abrazos… Y otra vez, el tiempo como único bálsamo, lo único que sabemos que podrá mitigar la pena y la tristeza a su familia, a sus amigos, a todos quienes le conocíamos.
Salva ya está con Antonio, su gran amigo del alma. Mis fotos recientes con ellos siempre muestran felicidad en nuestras caras, y con eso me quedo. Y con la esperanza de que algún día, antes o después, me reuniré con ellos. Más allá de sentimientos religiosos o espirituales, es una certeza que tengo: ellos están en algún sitio. No han desaparecido. Y volveremos a estar juntos. Seguro.
Mientras, necesitamos llorar. Que no quede nada dentro de nosotros, vaciar el dolor y la rabia, hasta que quede sólo la tristeza, y luego, el recuerdo dulce para siempre.
Un abrazo, Salva, allá donde estés…