Se acabaron las azafatas que dan los trofeos en la Vuelta a España. Nada de besos, nada de chicas guapas. Azafatos. Y viva la igualdad de género.
Esto ocurrió también este año en el Tour Down Under de Australia, y los españoles nos hemos apresurado a copiarlo, porque somos extremadamente modernos e insultantemente buenos ciudadanos. «A las chicas se las trata como a objetos», dicen. Por eso, hay que quitarlas de enmedio. Para que no se sientan menospreciadas.
Lo que no sé es si a estas chicas se les ha dado otro trabajo. Porque ellas estaban contentísimas con lo que hacían y no parece que se sintieran mal haciendo esa tarea, según cuentan ellas mismas. Las contrataban para tres semanas, trabajaban haciendo diversas labores, entre ellas, dar los premios, y cobraban. Además, salían en televisión, y a alguna le ha supuesto seguir trabajando en los medios. No parece que ninguna se sintiese obligada a estar ahí. Al contrario, alguna hasta habría pagado por estarlo. Aunque desde la Vuelta dicen que van a mantener los puestos de trabajo de las azafatas… esto no parece que esté muy claro. De hecho, es un puesto que desaparecerá en poco tiempo.
Ni en el Tour de Francia, ni en el Giro de Italia, las otras dos grandes rondas ciclistas, se han planteado quitar a las chicas. Supongo que llegará el día que esto ocurra, pero de momento seguirán trabajando las azafatas, y parece que muy a gusto. Tan a gusto como lo hacían las españolas.
Está bien poner azafatos, pero está mal poner azafatas. ¿En qué punto me he perdido yo…? Un trabajo, cuando se realiza con dignidad, no puede molestar a nadie. A mí esto me parece todo lo contrario de lo que pretenden, es decir, me parece denigrante para la mujer. Si las mujeres, especialmente si son guapas, van a estar marcadas y marginadas, y no van a poder desarrollar ninguna actividad en la que se les vea para evitar que se considere «sexista», me temo que vamos a entrar (de hecho, ya hemos entrado) en una vorágine absurda.
Todo empezó destrozando el castellano, nuestro querido idioma. Millones de modernos de este país, y cada día más, utilizan expresiones como «los niños y las niñas, los/as profesores, los hijos/as y los padres y madres, etc.». Como ya he dicho muchas veces, esta ridícula forma de hablar y escribir no es signo de que alguien sea más «igualitario» que otro. Simplemente, lo que significa es que es analfabeto. Pues bien, esto se extiende a muchos otros ámbitos, como el que comento aquí, en los que pueden llegar a producirse situaciones esperpénticas.
Parece ser que así nos sentimos satisfechos y que aportamos nuestro granito de arena por la igualdad y contra el machismo. ¡Menuda patraña…! Si para ir contra el machismo hay que ser un inculto o un analfabeto, ¡apaga y vámonos!
Pues mire usted: si de verdad se quiere luchar contra el machismo, contra la violencia de género, y se quiere buscar la igualdad de género, no me hagan tonterías. Luchemos por un salario justo e igual entre hombres y mujeres, ¡eso sí es luchar por algo sensato! Eduquemos a nuestros hijos sin discriminaciones, enseñémosles a compartir, a ser solidarios, a tener respeto… ¡a escribir! Exijamos leyes que den protección a las mujeres de manera efectiva y que acaben con las muertes violentas, y que permitan que las afectadas tengan una segunda oportunidad. Clamemos al cielo por leyes de protección en el trabajo, para que las mujeres puedan tener hijos cuando quieran, y que el sistema se lo permita sin que ni empresa, ni trabajadora, sufran perjuicio por ello, como ocurre en otros países más avanzados. ¡Exijamos todo esto con tanto énfasis como sea posible!
Y dejemos de hacer el cretino al dos por tres. No se puede estar pensando todo el día sólo en lo superficial, en ver qué idiotez se me ocurre hoy para salir en la prensa. Llevar al extremo ideologías radicales siempre me parece mal, y más cuando se hace sin un razonamiento adecuado.
El problema es que actualmente la moda es romper con todo y no construir nada. Porque se podía romper lo que esté mal, y luego construir algo mejor. Pero no: es mucho más fácil romper y esperar a que alguien construya.