Lo que nos están contando nuestros políticos, no es lo que nos interesa a los ciudadanos. De poco me sirve conocer un programa electoral, si no conozco la política de pactos que llevará a cabo cada partido después de las elecciones.
Las estrategias políticas han cambiado poco desde las últimas elecciones, y pese al teórico deseo de diálogo, todos siguen enrocados en sus mismas posiciones. Siguen vigentes las mismas líneas rojas, las mismas reticencias, las mismas intenciones previas. Llegará el gran día y nos encontraremos un panorama bastante parecido al del 20 de diciembre. Y entonces, ¿qué pasará?
De manera individual, conocemos los programas y la ideología de los principales partidos. El PP, actualmente, se podría definir como un partido neoliberal, muy alineado con Europa, defensor a ultranza de la unidad de España y que propone, como novedad, la bajada de los impuestos. El PSOE, partido socialista, también defensor de Europa y de la unidad de España, hace hincapié en las políticas sociales y en la mejora del llamado «Estado del Bienestar». Unidos Podemos, la fusión de Podemos, Izquierda Unida, Equo y otras formaciones, es una amalgama de partidos de izquierdas, cuya ideología podría ubicarse en el comunismo, aunque se trate de presentar más como un partido social-demócrata. En cualquier caso, este partido cuestiona las políticas europeas, así como la unidad de España, ya que es partidario de celebrar referéndums en los distintos territorios que así lo pidan. Propone un gasto de 96.000 millones, fundamentalmente para políticas sociales. Y Ciudadanos se autodefine como un partido de centro-izquierda «progresista y constitucionalista», unos términos un tanto ambiguos, ya que la percepción general antes del 20 de diciembre era que Ciudadanos se situaba más en el centro-derecha. Este partido comparte con PP y PSOE la defensa de la unidad territorial y la permanencia en Europa, y uno de los pilares de sus propuestas es la regeneración política y la lucha contra la corrupción.
Esto podría ser una pincelada de urgencia que casi todos conocemos. Pero lo conocemos ahora, y lo conocíamos antes. La cuestión es que la experiencia nos dice que votar a un partido puede suponer poner nuestro voto al servicio de otro partido con el que, quizás, no compartimos casi nada.
Yo soy partidario, como he dicho varias veces, de esa famosa y denostada coalición entre los partidos que defienden lo fundamental, como son PP-PSOE-Ciudadanos. Muchos se ríen o se echan las manos a la cabeza ante esta posibilidad, pero cada uno es libre de opinar. Para mí, una verdadera negociación entre estos tres partidos podría funcionar relativamente bien, y la aportación de las tres formaciones podría ser muy interesante para este país. Pero doy por hecho que esto ni se va a plantear.
La otra posibilidad es una coalición Unidos Podemos-PSOE, que tal vez podría salir adelante pese a que, a priori, hay cuestiones infranqueables. Pero nunca se sabe. Si se da esta posibilidad, entraríamos de lleno en un nuevo escenario político en nuestro país. Personalmente, ni me asusta, ni me pone nervioso esta posibilidad. Pienso que en las actuales circunstancias, unas políticas como las que propone Unidos Podemos tienen un recorrido más bien corto, pero me gustaría comprobar si me equivoco o no.
Por otra parte, no merece la pena perder el tiempo viendo los encuentros y debates que ya se están celebrando en las cadenas de televisión con nuestros representantes políticos. Es un espectáculo poco edificante, sólo apto para apasionados del morbo y de lo chabacano. Si alguien piensa que va a sacar algo en claro de estos debates, va listo. De hecho, el interés de los ciudadanos, afortunadamente, va a menos, lo cual indica que tenemos mejores cosas que hacer.
Pedro Sánchez decía ayer que los votantes del PSOE están «desanimados». Yo añado que estamos desanimados todos, aunque la palabra más idónea sería que en este país estamos «desengañados». Y si me apuras, hasta un poco avergonzados.
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