Resulta curiosa esa fobia que crece por doquier hacia cristianos y católicos en todo el mundo. Es normal en los grupos terroristas como el Daesh, pero no resulta tan normal que este fenómeno se extienda con tanta virulencia entre sectores de sociedades supuestamente avanzadas como la española.
A la religión católica se le suelen achacar muchos de los males que aquejan al mundo. Algunos, se los achacan todos. Para otros, en cambio, su religión es un refugio y un apoyo, algo a lo que aferrarse más allá de lo que puede ofrecer la sociedad en la que vivimos.
La religión existe desde que existe el hombre. La creencia en dios o en dioses es algo ancestral, y en su nombre la humanidad ha ido a las guerras del mismo modo que ha sido capaz de crear la belleza más sublime. Se puede decir que las distintas religiones han marcado el devenir del hombre por encima de cualquier otra cosa, y han sido el pilar sobre el que se han sustentado las grandes civilizaciones del mundo.
Los principios del Cristianismo no se puede decir que sean malos, ni mucho menos. Quien diga lo contrario, obviamente, no los conoce. Lo que ocurre es que el mensaje original, la esencia, como ha ocurrido con todas las religiones, fue adaptado a los intereses de los hombres, lo cual casi siempre es sinónimo de estropicio. La principal rama del Cristianismo, el Catolicismo, surgió en el año 1054, tras el Cisma de Oriente, y tiene en el Papa de Roma su máxima autoridad.
Así, los sucesivos Papas pronto se convirtieron en exponentes del poder, tanto como el de los Reyes de las diferentes épocas históricas, y transformaron la Iglesia Católica más en una máquina de represión y de acopio de bienes, que en difusora del propio mensaje de Jesucristo. Ese mensaje, sin embargo, siempre ha estado ahí, y actualmente más de mil millones de personas en todo el mundo se identifican con él.
La enorme estructura y los engranajes de la Iglesia son difíciles de mover, pero poco a poco se han ido adaptando a las nuevas realidades que demandan sus propios fieles. En la actualidad, dentro de su propio seno existen opiniones dispares en cuanto a multitud de temas, pero el problema es que la sociedad avanza mucho más rápido de lo que la Iglesia es capaz de asumir. Colectivos como los homosexuales o los partidarios del aborto, no pueden verse identificados con la religión católica por razones obvias, pero, en mi opinión, existe la libertad para no ser católico y a la vez ser creyente, porque las creencias íntimas están por encima de cualquier imposición.
Hoy en día, la religión católica en España no es, ni por asomo, lo que fue durante la época del franquismo. Muy unida al poder, la Iglesia Católica se confundía con el Régimen, y viceversa, lo cual generó una profunda división en la sociedad española, una división que ahora muchos tratan de revivir de una manera bastante torpe. Torpe, porque si España inició un periodo de reconciliación y confraternidad que tenía por objeto hacer que este país avanzase de una vez, ese revanchismo a cargo de muchos que no saben ni de lo que hablan no hace otra cosa que crear enfrentamientos y reabrir heridas.
La Iglesia, actualmente, cumple algunas funciones en nuestro país que considero interesantes. Aparte de ocuparse de sus millones de fieles, realiza labores sociales de primer orden, tanto en España como en el resto del mundo, como gestionar hospitales, ambulatorios, casas de ancianos, centros para mitigar la pobreza, orfanatos, guarderías, centros para drogodependientes, centros para víctimas de violencia de género… Sin ir más lejos, podemos ver cómo Cáritas lleva a cabo una labor encomiable con personas en riesgo de exclusión social. Aparte, la Iglesia cuenta con un inmenso patrimonio cultural: iglesias, catedrales, monasterios, museos… Toda esa riqueza monumental viene muy bien a pueblos y ciudades, que generan ingresos y puestos de trabajo a través de su cuidado y exposición. También los colegios religiosos han servido de mucha ayuda, mediante la concertación, para suplir la falta de centros públicos a lo largo y ancho de nuestro país.
El Estado ya no financia a la Iglesia como antaño, y son los fieles, a través de la Declaración de la Renta, los que aportan el llamado Fondo Común Interdiocesano. También se financia a través de las aportaciones directas. Y aunque pueda parecer lo contrario, el número de personas que marcan la casilla para la Iglesia en nuestro país aumenta cada año, y en 2015, por ejemplo, aumentaron en 23.174 declaraciones.
Claro está que la Iglesia Católica tiene sus normas y su ideología, pero de la misma forma que la puede tener un republicano o un musulmán, por poner dos ejemplos dispares. Criticar e insultar a los católicos por la Inquisición, o porque haya sacerdotes pederastas (de igual modo que hay pederastas o asesinos en toda la sociedad del mundo) no me parece normal. Ir a misa, o a una procesión, o simplemente rezar, no suponen un atentado hacia nadie. Se trata de ejercer una cosa tan simple como la libertad.
Se trata de respetar desde la libertad de pensamiento de cada cual. De conseguir que se pueda convivir de una manera pacífica sin necesidad del insulto constante. De evitar la persecución por tener ideas distintas. Muchas veces, ésos que parecen enarbolar la bandera de la libertad mientras destrozan una iglesia, son los auténticos dictadores del siglo XXI.
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